VALENCIA EN LLAMAS
El viernes, llegar en
coche a Valencia provocaba una sensación de creciente extrañeza. Al
aproximarse, el cielo se oscurecía de modo inquietante, en las lunas refulgía
un sol apagado y eléctrico y las cosas se anaranjaban. El gris del asfalto era
más denso y las flores de la mediana ganaban un irreal rosa de intensidad
onírica. Durante las horas siguientes, del cielo caían cenizas como pájaros
muertos.
A la atmósfera se le da
poca importancia, pero vivir tres días en Marte le devuelve a uno el orgullo
terrícola. La gratitud por el cielo conocido y por la luz, cursilería
fundamental de la vida. El sol ha sido un sfumato
naranja en un vaho de estaño. Todo del color en que lo ven las folclóricas que
no se quitan nunca las gafas de sol. Desquiciamiento ambarino y el
presentimiento de las dentelladas de un fuego cercano, como en los antiguos
asedios de las ciudades. Valencia callada para oírlo llegar. Algunos
necesitaban la megalomanía de un Nerón nuestro y pronto, como en Roma hicieran
con los cristianos, se buscaba autor para el fuego. Al parecer, un tío quemando
rastrojos y un par con placas solares –sarcasmo de lo sostenible-. O la
austeridad, el recorte en la partida correspondiente. Si no hay dolo, al menos
debe haber responsabilidad y la demagogia, siempre con poderoso estilo, lo
fijaba así: la fórmula uno ha dejado a Valencia sin árboles.
Clubes secretos de
pirómanos inocentes acercaban sus coches a las laderas para gemir abrazados y
gozar del espectáculo. La oposición clamaba por más hidroaviones (¿dónde está
el hidroavión, joya socialdemócrata, sobre el que un presidente de diputación
haga el milagro de llover?), en el periódico todas las metáforas herían (tal
cosa, un bosque; tal medida, un cortafuegos; cierta portada torpe…), y esa
sensibilidad anunciaba el nacimiento de una corrección política a lo Prestige
en la otra propagación de internet. Rajoy, temiendo quizás un nuevo lapsus de
hilillos negros, dejaba la manguera institucional por la vuvuzela unísona de la
marca España.
Mientras escribo, el
viento de levante, no sabemos sin instado por algún cargo electo, parece
colaborar en la detención de los incendios que ya han arrasado la franja
interior de la provincia, llegando a las inmediaciones de la Sierra de Espadán
en Castellón. Valencia, ternaria como todo, es ese interior y luego asfalto y
playa. Los bomberos y voluntarios, como Prometeos, parece que ya guardan el
indómito fuego en su cajita, porque apagar el fuego es como volver a
tenerlo.
El fuego no ha dejado
nada de un mundo coherente. La gente llora y nadie sabe dónde va a descansar la
mirada en los próximos años. Lo cierto es que a la España interior –la periferia
de toda provincia-, sólo le quedan las instituciones, y eso es poco. Y que
apagar un fuego complica el virtuosismo del encaje competencial más que un
nacionalista. Hace años, el Todos contra el fuego logró mucho sacando a Serrat
al monte para que cantara a los horteras de la barbacoa eso de que el entorno no
es de adorno.
(Publicado en LAGACETA
el 3-VII-12)
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