martes, 10 de julio de 2012




CASTIÑEIRAS



Con la entrega del Códice Calixtino al Arzobispo, Rajoy le pone un broche como de cuento de Canterbury, moralizador y reconfortante, a lo que parecía un caso del Padre Brown metido en la literatura de Fernández Flores. Además, promete un próximo convenio entre el gobierno y el arzobispado, un convenio, digamos, anticastiñeiras.

El robo del códice ha sido algo entre el secuestro, el secuestro de un niñito gallego de Kashogui, la profanación y la sisa. Dejar a la catedral sin códice era un escándalo de beatas e intranquilizaba al pueblo, como si se le quitase una oreja a un santo, pero además, y aunque no ha sido exactamente una sisa, sí ha sido un hurto por goteo. La sisa es el orballo del robo, el robo cotidiano y tiene de bueno que no rompe el edificio social, que hace posible cosas como hurto y matrimonio. La sisa es el robo más respetuoso y llevadero. Y hay mucho Castiñeiras en España, mucho que va con la mochila al trabajo y regresa con unas sábanas, unas aspirinas, unos folios o unas latas de atún, lo que pasa es que Castiñeiras llevaba a cabo una sisa catedralicia y secular, una sisa contra nadie y contra todos que el personificó en el deán expiatorio de sus obsesiones trinconas.

Castiñeiras presenta además la pasión ibérica del contrato fijo. Si estaría obsesionado que se falsificó el contrato y -¡prodigioso castiñeiras!- se preparó uno, porque aunque llevara veinticinco años trabajando necesitaba un papel firmado. Si el Dioni perdió la cabeza por la mulata, él por el contrato fijo, que es una forma de eternidad y este hombre, frente al Dioni, que fue un héroe popular, arrojado y golferas, ha sido un ladrón mezquino y respetuoso (¡ladrón con valores!). Primero familiar, porque no se fue de mulatas a Brasil, sino que lo hizo todo en familia y por la familia. Luego, un ladrón inversor, de comprarse pisos. Realizaba además un hurto no subversivo, pues la sisa le permitía ser electricista -la sisa es el robo de la conformidad social- y, después, un ladrón piadoso que dejó de comulgar cuando excomulgaron al ladrón descononocido del códice. Ladrón no nihilista, ladrón españolísimo y tradicional.

Este Castiñeiras, de ser verdad la imputación, sería un avaro negro, silencioso y un ladrón callado, manilargo y provincial. Nada que ver con la vindicativa y arrebatada impugnación del Dioni.
Castiñeiras quería seguir siendo Castiñeiras. El Dioni impugnó lo primero su condición de calvo, luego el orden social y su propia vida. Tuvimos el peluquín del Dioni, pero de Castiñeiras un triste retrato robot con los rasgos difusos de cualquiera.

Ladrón costumbrista y silencioso. No impugnó nada, no perseguía ninguna mulata ideal. Castiñeiras era el trabajador rencoroso, el inversor secretísimo, el avaro colchonero y el trinque callado, hormiguero y diógenes. Su robo no era la gloria de la mulata, sino comprarle un piso al hijo. En Castiñeiras hay mucha España y entre nosotros demasiados Castiñeiras menores, así que no parece que nadie vaya a dedicarle una canción.

(LAGACETA, 10-VII-12)

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