CASTIÑEIRAS
Con la entrega del
Códice Calixtino al Arzobispo, Rajoy le pone un broche como de cuento de
Canterbury, moralizador y reconfortante, a lo que parecía un caso del Padre
Brown metido en la literatura de Fernández Flores. Además, promete un próximo
convenio entre el gobierno y el arzobispado, un convenio, digamos,
anticastiñeiras.
El robo del códice ha
sido algo entre el secuestro, el secuestro de un niñito gallego de Kashogui, la
profanación y la sisa. Dejar a la catedral sin códice era un escándalo de
beatas e intranquilizaba al pueblo, como si se le quitase una oreja a un santo,
pero además, y aunque no ha sido exactamente una sisa, sí ha sido un hurto por
goteo. La sisa es el orballo del robo, el robo cotidiano y tiene de bueno que
no rompe el edificio social, que hace posible cosas como hurto y matrimonio. La
sisa es el robo más respetuoso y llevadero. Y hay mucho Castiñeiras en España,
mucho que va con la mochila al trabajo y regresa con unas sábanas, unas
aspirinas, unos folios o unas latas de atún, lo que pasa es que Castiñeiras
llevaba a cabo una sisa catedralicia y secular, una sisa contra nadie y contra
todos que el personificó en el deán expiatorio de sus obsesiones trinconas.
Castiñeiras presenta
además la pasión ibérica del contrato fijo. Si estaría obsesionado que se
falsificó el contrato y -¡prodigioso castiñeiras!- se preparó uno, porque
aunque llevara veinticinco años trabajando necesitaba un papel firmado. Si el
Dioni perdió la cabeza por la mulata, él por el contrato fijo, que es una forma
de eternidad y este hombre, frente al Dioni, que fue un héroe popular, arrojado
y golferas, ha sido un ladrón mezquino y respetuoso (¡ladrón con valores!).
Primero familiar, porque no se fue de mulatas a Brasil, sino que lo hizo todo
en familia y por la familia. Luego, un ladrón inversor, de comprarse pisos.
Realizaba además un hurto no subversivo, pues la sisa le permitía ser
electricista -la sisa es el robo de la conformidad social- y, después, un
ladrón piadoso que dejó de comulgar cuando excomulgaron al ladrón descononocido
del códice. Ladrón no nihilista, ladrón españolísimo y tradicional.
Este Castiñeiras, de ser
verdad la imputación, sería un avaro negro, silencioso y un ladrón callado,
manilargo y provincial. Nada que ver con la vindicativa y arrebatada
impugnación del Dioni.
Castiñeiras quería
seguir siendo Castiñeiras. El Dioni impugnó lo primero su condición de calvo,
luego el orden social y su propia vida. Tuvimos el peluquín del Dioni, pero de
Castiñeiras un triste retrato robot con los rasgos difusos de cualquiera.
Ladrón costumbrista y
silencioso. No impugnó nada, no perseguía ninguna mulata ideal. Castiñeiras era
el trabajador rencoroso, el inversor secretísimo, el avaro colchonero y el
trinque callado, hormiguero y diógenes. Su robo no era la gloria de la mulata,
sino comprarle un piso al hijo. En Castiñeiras hay mucha España y entre
nosotros demasiados Castiñeiras menores, así que no parece que nadie vaya a
dedicarle una canción.
(LAGACETA, 10-VII-12)
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