JORGE BUSTOS
Valencia tenía ayer
un cielo pérfido y vienés, porque llegaba un cronista con sentido moral. No
debe de haber mucha gente con el privilegio de poder salir al mundo para
contarlo, ni muchas cosas que tengan el privilegio de que las cuente Bustos. Yo
esperaba en la barra de un restaurante de arroz, porque mi ciceronismo es
llevar a la gente a comer arroz, y de repente encontré a un chaval con pinta de
bajista de El Canto del Loco.
El nuevo articulismo
español es francamente guapo. Si ya tenemos que leer a Jabois a escondidas para
que no lo vea la novia y se nos enamore (¡Estás amando a Manuel!), con Bustos
se actualiza el problema de la belleza del otro, que es una cuestión candente y
principal. ¿Qué hacemos con la belleza del otro? Pues supongo que lo mismo que
con sus ocurrencias, celebrarlas.
Quedará Bustos muy
bien en las tertulias de la derecha íngrima, porque en realidad Jorge
representa la malformación feliz de un derechismo y en su óptica bienhumorada
se deja ver el trasfondo sólido, edificado, sintáctico, de la mejor derecha.
Porque para mí
Bustos representaba la sintaxis, pero es que resulta que el chico sabe latines
y lee griego y en sus textos hay siempre el hormigueo latino y clásico de la
buena sintaxis.
El sintáctico anda
siempre traduciéndose a si mismo.
La sintaxis es el
andamiaje de la obra, del curro que es pensar.
Y convinimos ayer
que columnismo es abajar a Baudelaire y subir a Cosculluela, una objetividad
lírica y además una forma de amistad.
Columnismo es amistad
y es el género chico y desastre en el que todo cabe.
Jorge, con Jabois,
anda formando una generación, y en cada copeteo parece que le está rindiendo
un homenaje a Góngora. Ser cronista ha de ser como mirar la realidad con los
ojos con que se ve la televisión, pero en Bustos no hay cinismo porque Bustos
es el cronismo salubre y el humor abierto.
Sintaxis y humor,
¿qué más le podemos pedir a un periódico? ¿qué más le podemos pedir a un
escritor?
Uno ya sabe qué es
eso de que le mire un tuerto, ¿pero cómo es que te mire un cronista?
Hay una radiación
hilarante de literatura en la mirada de Bustos.
Salimos del
restaurante con el ojeo condenatorio del camarero, al que quizás le devengamos alguna
hora extra. Antes, un periodista valenciano, celebridad local, miraba a Jorge,
sin él notarlo, con melancólica resignación.
De allí fuimos a
comprar literatura y con libros bajo el brazo, como dos calaveras de una
bohemia sin tristeza, nos fuimos de copas.
Y esta mañana dejaba
Valencia Jorge Bustos, como dejan las camas algunos amantes, y el campismo, ninot
indultado, respiraba, porque tuvo que llegar a esto para que lo contara él. ¿No
es la actualidad un enorme aparato que organizan algunos para ser negrita en las
mejores columnas?
Convinimos, ante
todo, que hay que escribir, que el infierno es no poder adjetivar, y convinimos también que el periodismo es
espontáneo, ligero, amenazado y eterno, como la amistad.
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