sábado, 28 de enero de 2012

JORGE BUSTOS


Valencia tenía ayer un cielo pérfido y vienés, porque llegaba un cronista con sentido moral. No debe de haber mucha gente con el privilegio de poder salir al mundo para contarlo, ni muchas cosas que tengan el privilegio de que las cuente Bustos. Yo esperaba en la barra de un restaurante de arroz, porque mi ciceronismo es llevar a la gente a comer arroz, y de repente encontré a un chaval con pinta de bajista de El Canto del Loco.
El nuevo articulismo español es francamente guapo. Si ya tenemos que leer a Jabois a escondidas para que no lo vea la novia y se nos enamore (¡Estás amando a Manuel!), con Bustos se actualiza el problema de la belleza del otro, que es una cuestión candente y principal. ¿Qué hacemos con la belleza del otro? Pues supongo que lo mismo que con sus ocurrencias, celebrarlas.
Quedará Bustos muy bien en las tertulias de la derecha íngrima, porque en realidad Jorge representa la malformación feliz de un derechismo y en su óptica bienhumorada se deja ver el trasfondo sólido, edificado, sintáctico, de la mejor derecha.
Porque para mí Bustos representaba la sintaxis, pero es que resulta que el chico sabe latines y lee griego y en sus textos hay siempre el hormigueo latino y clásico de la buena sintaxis.
El sintáctico anda siempre traduciéndose a si mismo.
La sintaxis es el andamiaje de la obra, del curro que es pensar.
Y convinimos ayer que columnismo es abajar a Baudelaire y subir a Cosculluela, una objetividad lírica y además una forma de amistad.
Columnismo es amistad y es el género chico y desastre en el que todo cabe.
Jorge, con Jabois, anda formando una generación, y en cada copeteo parece que le está rindiendo un homenaje a Góngora. Ser cronista ha de ser como mirar la realidad con los ojos con que se ve la televisión, pero en Bustos no hay cinismo porque Bustos es el cronismo salubre y el humor abierto.

Sintaxis y humor, ¿qué más le podemos pedir a un periódico? ¿qué más le podemos pedir a un escritor?

Uno ya sabe qué es eso de que le mire un tuerto, ¿pero cómo es que te mire un cronista?

Hay una radiación hilarante de literatura en la mirada de Bustos.


Salimos del restaurante con el ojeo condenatorio del camarero, al que quizás le devengamos alguna hora extra. Antes, un periodista valenciano, celebridad local, miraba a Jorge, sin él notarlo, con melancólica resignación.

De allí fuimos a comprar literatura y con libros bajo el brazo, como dos calaveras de una bohemia sin tristeza, nos fuimos de copas.

 Bajo Magan, que es nuestro Wagner, honramos a los mayores e hicimos lo mejor que se puede hacer en la vida: el inventario de generosidades.

Y esta mañana dejaba Valencia Jorge Bustos, como dejan las camas algunos amantes, y el campismo, ninot indultado, respiraba, porque tuvo que llegar a esto para que lo contara él. ¿No es la actualidad un enorme aparato que organizan algunos para ser negrita en las mejores columnas?

Convinimos, ante todo, que hay que escribir, que el infierno es no poder adjetivar, y convinimos también que el periodismo es espontáneo, ligero, amenazado y eterno, como la amistad.

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