ROSELL
Joan Rosell, presidente de la CEOE, ha dejado caer la idea de que fuera deseable despedir funcionarios. No interinos, ni eventuales, ni laborales digitales, no, funcionarios. En eso se ve una inmensa coherencia porque de lo que sabe el empresario en España es de despedir. En los últimos años, salvo Amancio Ortega, no han hecho otra cosa que firmar despidos. Es más, el empresario español es constitutivamente despedidor y cíclicamente, como le vengan mal dadas, se queda solo. Ellos dicen que quieren contratar, pero no lo dicen todo: si quieren contratar es para luego poder despedir, con esa epilepsia que les entra para ajustar sus balances. Vamos, que se imagina uno al empresario español como el Michael Douglas de la peli aquella del día de furia. Llega al trabajo, saluda a la secretaria, se toma un café y, llevado por el morbo despedidor, se lía a finiquitar hasta quedarse solo, sudoroso y descobartado. Luego se va a casa y estrangula a la mujer o le pide que le prepare un vermú.
En España, la guillotina es al revés: al pueblo lo guillotinan cíclicamente con estas destrucciones fenomenales de empleos, estos tsunamis finiquitarios.
Si un empresario español puede dar lecciones en la Internacional de los Patronos es de eso, de despedir. No necesitarían aquí al finiquitador profesional que interpretaba Clooney hace bien poco. Lo que sin duda es novedoso y eleva a este Rosell a categoría ya de personajazo es que quiera despedir también a los funcionarios. Claro, se les han acabado los trabajadores, pero el ansia sigue, como cuando se come con desespero y no hay despensa suficiente. Estos tíos han roto a despedir y les empiezan a faltar españoles.
Así que a despedir funcionarios. Uno, que lo es, ha pasado el trago ascético de la oposición, que salvo para los jóvenes peperos, que son vocacionales, es como meterse en la celda de castigo en la que recluían a Paul Newman en La leyenda del indomable. Luego se sale a la vida, pero se es otro. Las oposiciones eran la mili del alma y si las emprendía la gente no era por comodidad, ni por tuitear felices todas las mañanas, no, ¡era por no enfrentarse a los empresarios! Evitar la conflictividad social cambiando de acera para no encontrarse jamás al dueño del capital.
Yo sostengo que el funcionario lo es, ante todo, por odio de clase y detestación supina de los patronos. El anarquismo devorador español de las clases obreras se sublimó en la oposición, que era la forma en que el hijo del currante declinava la revolución y la gilipollez del comunismo. Era el feliz "no meterse en política", una de las cosas más sensatas que nos pudieron recomendar; y así pasaba, que se estudiaba con odio, con odio obrero, y el odio se nos quedaba en los códigos, que nos amansaban para la vida civil.
Los funcionarios, que mantienen una relación estatutaria, curil, no contractual, con la administración, si tienen una ventaja en la vida es la de no tener que aguantar al empresariado. Y entiéndaseme bien: el empresario es fundamental, como en los toros, que por mucho torero o banderillero que haya, tiene que haber un señor con puro que organice el circo (la sabiduría de los toros, que respetuosamente ha categorizado tan bien esa figura: el Empresario...)
El funcionario es, ante todo, el señor que no quiere ser despedido y que no quiere tratos con un empresario.
¡Ah, pero para eso se inventó la Patronal! Porque la CEOE es como el empresario que se tiene que aguantar todas las mañanas, se quiera o no y aunque no se esté contratado. Autónomos, curas, putas, funcionarios, parados (paro, que parezco una letra de Sabina), todos ponen la radio al desayunar y escuchan a Juan Rosell obrerizándolos a todos y ejerciendo de patrono total.
¿Qué legitimidad tiene Rosell para pedir que me despidan a mí, funcionario?
Esta es la crisis de la irresponsabilidad. Todo el mundo levanta las manos como el defensa que llega tarde tras el penalti evidente.
Juan Rosell escribió un libro siendo joven, "España, dirección equivocada". Quisiera yo leer ese libro. No hay prohombre hispano que no haya escrito en tiempos de transición una obra vertiendo de su cacumen la idea de un cambio de rumbo nacional, acertando todos y equivocándose todos a la vez. Es más: todo español lleva dentro un libro así y lo malo es que como se nos deje, se lo contamos al interlocutor. ¿Usted quiere saber cómo arreglaba yo esto? Esa es la frase del español.
Así que Juan Rosell, además de ser empresario tiene una visión, como Steve Jobs, pero a Rosell no se le conocen ipads y quizás esté más cerca del empresario Sazatornil, que acaba suspirando por los viajantes, porque el empresario español contrata viajantes cuando le van bien dadas y los echa cuando llega la crisis.
Antes de querer despedirnos a todos, Rosell ha presidido el Foment Nacional del Treball, que es una entidad de nombre fastuoso, ese tipo de nombres que sólo pueden llevar las cosas en Cataluña porque fuera resultan malsonantes. Fomento, Nacional y Trabajo son tres palabras que para juntarlas en una frase parece que hay que llevarlas a una fundición. En Madrid, claro, lo llaman ceoé.
Aunque sólo sea por dejar constancia de que se te lee y aprecia, y aún a riesgo de resultar patéticamente prosaico, decir que hace cuatro días era un espectáculo el devenir de fontaneros y electricistas varios en sus bugas de alta gama, del adosado al apartamento costero ida y vuelta, mientras nos, empleaditos de lo público, asumíamos el precio de un aurea mediocritas que, Rosell mediante, puede derivar en paganos subsidiarios de la fiesta.
ResponderEliminarAcabas de perder a tu único lector. Puto funcionario. Ya me lo olía, pero te hacías el competente muy bien.
ResponderEliminarComo Sting, solo eras un puto botones.
Un puto botones...
menudo subnormal....vete a comerle el nabo a Rosell
Eliminarmenudo subnormal....vete a comerle el nabo a Rosell
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