En
la foto, Rubalcaba, como un Yorick con barba, sonríe a su mujer, que tiene un aire a Encarna Sánchez
y lo mira con sabiduría y conmiseración. ¡Es un blasillo de Forges este
Rubalcaba! Cuentan que ella no se mete en política porque se desnivelaría el
matrimonio y uno piensa, con todo respeto, que para vivir con Rubalcaba hay,
por fuerza, que ser apolítico. Doña Pilar, santa de Pérez-Rodríguez Rubalcaba,
es investigadora (el I+D…) y dicen los cronistas que sabe hablar de todo en
muchas lenguas. ¿Por qué conformarnos con su esposo, pensamos? Cada legislatura,
cada nueva justa electoral, se va haciendo más fuerte la sensación de que las
preferibles son ellas, que además no tienen el punto pelma de las americanas,
con su aire de sufragistas. Las primeras damas de aquí se quedan en un segundo
plano, campeonas de la discreción. Elvira, la hermosa mujer que recoge todos
los silencios de Rajoy, es tan discreta que cualquier día la pide Peñafiel de
Princesa de Asturias. La prensa dice que es una gran desconocida, pero cómo no serlo,
si aún no conocemos a su esposo. Son como esos vecinos de todo edificio que no
gritan, ni se pelean, ni dan que hablar y que tienen a los chiquillos tan bien
educados que parecen botones en el ascensor.
El
que iba por la vida sin primera dama era Berlusconi. “Sólo cuando ya parecía
irreversible la dimisión de Silvio Berlusconi, los italianos salieron a la
calle a celebrarlo”, decía hace unas horas el cronista socialdemócrata. El
pueblo romano, seguro ya y libre, saliendo a las calles de esa Trípoli con trattorias
que era Roma y del líder decaido un retrato oprobioso en el interior del coche,
como si fuera a un Alcalá Meco. El rostro cerúleo y tenebrista de Silvio, con
su boca de tiburón. Roberto Alagna, con ese aire de espadachín despistado que
se gasta, ha dicho de él: “Si llega tan alto y este hombre no vale, ¿quiere
decir que la gente es tonta? ¿De quién es la culpa?”. Y en Ruiz Quintano hemos
leído lo que le contestó Mateo Díez, el novelista funcionario: “somos tontos
del culo, lo ha evidenciado la crisis”. Y de crisis Alagna sabe un rato, que
para eso está casado con una griega.
La
culpa será de todos menos del pueblo. Se da la paradoja de que el sustituto de
Berlusca, al que piden los mercados para su propia tranquilidad, se ha dedicado
toda la vida a regular… mercados. ¿Pero no eran los mercados unos libertinos de
si mismos? ¿Y cómo puede ser que los especuladores tengan tan buen gusto para
cepillarse al PSOE a Berlusconi y a Papandreu en mes y medio? El sábado, las
camareras te ponían un cubata y criticaban a Silvio, por golfo y Tabucchi se
burlaba en la resaca de su condición de hombre nuevo. La metafísica de la
mamachicho era poco para el pueblo, que debía ‘abrirse a la actitud
interrogativa’, pero el pueblo veía las amazonas de la quimera berlusconita y
votaba engañado. Ahora no, ahora la severidad protestante de Monti, otro más de
los nuevos gobernantes siesos, no sólo cuadrará el balance, sino que regenerará
Italia, en la alianza de burócratas espesos e izquierdistas estoicos. Quizás
llevar el estado de bienestar al sur era una redundancia. Nietzsche, el
filósofo anguita, decía de los virtuosos que además de presumir querían ser
pagados por ello. Subsidio y virtud.
El
pueblo canta y baila en Italia, como si hubieran ganado otro Mundial. Una revolución
al revés, en la que como chivos expiatorios, ruedan las cabezas democráticas.
La casta política, dicen, y van y se descastan.
No
había mayor virtud que llevarse a si mismo en las acciones y Berlusconi no
sería un Hombre Nuevo, pero sí era coherente, delirantemente coherente, en
difuminar la frontera entre lo público y lo privado. También en su propio
actuar. Humbert Humbert celentaniano, incorrecto, putero, humano. Vivir es
llevarse a la parodia de uno mismo. La intensidad de Berlusca era una forma de
autenticidad. Estas cosas, claro, hay que decirlas con seudónimo.
Las
muchachas irán desapareciendo y Villa Certosa, agreste, será como un jardín
abandonado. Bellas estatuas mancas -velinas desmemoriadas- mirarán sin ojos al futuro, a merced de un viento
riguroso.
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