LOS
PELMAS
Leo
asombrado que señores con pelitos hablan de desencanto electoral. El desencanto
es una pasión de gilipuertas, porque estarlo presupone un previo encantamiento con
el cacareo partidista y la mística de la urna y el interventor. Pero hombre, si
votar es como sacarse el DNI o pagar la contribución, nada más. Es tan
sospechoso y tan insufrible el patetismo del que va a votar cual Anna Magnani o
James Dean, irrumpiendo en el colegio como fuera de si, como el entusiasmo del
que vota metiendo un estocazo a la urna, con la familia trapp del bracete y
cara de regocijo ciudadano. Uno los ve en el domingo electoral y se siente
anarca y hasta terrorista, torvo como un demonio dostoyevskiano. Ganas de
esclavitud me entran, ganas de no ser libre. El civismo debería ser una música
callada, o una música de cámara. O un minimalismo, aunque si fuera un minimalismo quizá fuese UPyD.
A
mí me va a ser duro sobrevivir al 20N porque ya no sabré qué hacer sin Toni
Cantó. Iba al teatro y estaba Toni Cantó. Me iba a tomar una copa, y estaba
Toni Cantó con unos acólitos, como el Nazareno con su troupe de sergios sin estíbaliz.
Caminaba por el centro y Toni Cantó me daba un mitin. Llevaba el coche a
reparar y del colegio de al lado salía Toni Cantó, como un Joaquín Costa al que
encima se le pudiese poner un piso. Toni descubrió el compromiso viendo a Rosa
Díez defender a los victimizados por ETA y está bien, pero uno siente que su
entusiasmo tiene algo de tardío. Es como
ver a un señor romantizado a destiempo. Sí, sí, nos decimos, te hubiera quedado
cojonudo hace diez años, ahora… ahora estamos a otra cosa. UPD, mortal y fucsia,
no ha hecho campaña, ha hecho spam y lo mejor ha sido Pombo, metiendo el remo.
El
mensaje electoral me lo comunica mejor que nada la ropa. Pons ha ofrecido la
camisa blanca como símbolo ético del derechismo de algodón, aunque uno le imagina
en casa con camisa a rayas; de hecho, es posible que a medida que gobierne y su
ejecutoria se manche con el óxido inevitable del poder, la camisa blanca de
pons, su impolutez, se llene de rombos, y números y ribetes, ¡hasta el infierno
ético de la Montepicazo! La camisa blanca es lo que fue la chaqueta de pana del
psoe, reliquia que debería estar en un museo, sacada como un pendón los días de
fiesta de la rosa –Sociatismo, pana vieja, diriamos-. La pana ha sido
sustituida por las nuevas chaquetas,
esas chupas de sport tan elegante que no sé francamente dónde lo encuentran.
Huyendo de la americana oligárquica, llegan a un sport muy chic de boutique
varonil, que es algo que escasea en el mundo inditex. Lo mejor del
electoralismo es eso: la ropa de sport de los líderes de izquierda, con esa
apostura que sentimos los hombres el sábado por la mañana.
Hasta
que llegó la gabardina negra, la elegancia ibseniana de Toni Cantó, que la luce
junto a Rosa Díez, señora de robusta conciencia y de profesión grillo, que es a
la política lo que la gorda a las películas de los Hermanos Marx. Doña Rosa ha
buscado no sé si el centro o la transversalidad metiendo el dedo en el ojo a
tirios o troyanos hasta convertirse, una pena, en un coñazo superético y
reformador. Como excusa o apoyo a la criticidad mórbida de pedro jota, vale,
pero, señora Díez, no somos ciudadanos
de la polis perfecta, somos sólo españoles y su partido persigue un caladero
demoscópico claramente objetivable: el de los pelmas.
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