viernes, 30 de septiembre de 2011


TOÑÍN EL TORERO


Gracias a twitter he redescubierto a Toñín el Torero. A este personaje lo tenía yo por un freak del madridismo. El alter ego de Tomás Roncero que aparecía en la primera fila del estadio con su capote y su montera. Uno de los cofrades del clavo ardiendo. Participante seguro en las ouijas que tratan de hablar con Juanito a ver si el hombre, en su ganado más allá, nos arregla cada eliminatoria. Me irritaba el personaje, pese a su madridismo, porque en él veía yo un triunfo del antimadridismo: perpetuarnos en el estetreotipo por ellos fabricado. Hay una vieja estrategia que pasa por identificar al Madrid con ciertas cosas. En la TV3 los madridistas eran siempre señores como los que salen en Callejeros. En Cuatro aún se percibe algo así cuando realizan las entrevistas a pie de estadio. No sé cómo lo hacen pero siempre sacan al peñista bruto, a ese que Mas diría que no se le entiende. Toñín era, no nos engañemos, una ridiculización del madridista a la que el propio madridismo se entregaba. Era como ese señor del Barça de antes, vestido de pitufo o como el Señor Ventura y la trompetita. O como el diablo rossonero. La mascota, pero una mascota hiriente y muy tópica, muy lejos del universalismo florentiniano del que soy devoto.



De mi error me ha sacado twitter. Toñín, o Don Antonio, es un madridista enfermizo, radical, absurdo, como yo. Forma parte del universo ronceril, pero eso no es malo. El Madrid estaba secuestrado por el Txistu y otros restaurantes madrileños. Roncero ha retratado en sus columnas, llenas de ritmo, al madridismo peñista, que bien conozco. El madridismo de planta baja, de pueblo, de autobús, de bocadillo y copazo y Toñín, o don Antonio, nos recuerda el madridismo de bar. Él, dueño de un bar llamado Palatoñín, creo que por Vallecas, nos recuerda que los bares son las segundas peñas, el segundo peñismo. Nada más hermoso que entrar en un bar de España y ver al fondo el escudo, a menudo gastado, del Madrid y un poster del As con una alineación de cuando Maceda. Eso es madridismo. Madridismo duro en los bares, que es donde se vive el fútbol en España.



Toñín va más allá del peñismo, Toñín es madridismo de bar de barrio. Lejos de los festines del Txistu, lejos del canapé exquisito del palco, lejos del copazo con jamona de los vips, lejos del ya prohibido Di María, vetado imagino por el mourinhismo, Toñín rebasa también el mundo de las peñas. Él es la libertad del madridismo de barra. Su bar y el bar de Fran son los bares de España, donde vuela mi imaginación.



Roncero ha tenido un gran mérito en llevar consigo su personaje y en crearse un mundillo reconocible. En sus columnas recuerdo yo guiños, saludos y homenajes a todos esos madridistas ronceriles de los barrios y pueblos de España. Roncero, quizás excesivamente, les ha dado voz, figura, y los ha retratado y los ha adjetivado ya: el roncerismo, es, queramos o no, ese madridismo que prefiero no describir, pero que todos conocemos.

Pero Toñín es más que eso, él es ahora mismo un creador de himnos y un aglutinador. Hoy su twitter despedía un grito redondo, perfecto, coreable: ‘UEFA puta’, así, sin comas ni ambages. Toñín, herido, daba voz al madridismo ‘denigrado’ por Platini. No se puede decir más claramente y sería un hito cantarlo en el estadio. Nadie ha cantado jamás eso, nadie ha denunciado tan claramente la corrupción en el fútbol. Mou se sentirá respaldado. Nadie ha tratado nunca a la UEFA como a una puta. Eso sólo lo puede hacer el Madrid. El Torero está, ahora mismo, para liderar la barra brava que no tenemos.



Su otra aportación ha sido renovar el ‘Hala Madrid’ que ya casi nadie dice. Antes, el testigo presidencial se trasmitía con ese saludo. Había algo deliciosamente faccioso en ello y Florentino, con su centrismo, lo retiró. Toñín lo ha recuperado y le ha dado un dramatismo nuevo, lo ha vuelto a hacer vibrante, un patetismo heroico, hermoso y mourinhista: ‘Hala Madrid hasta el morir’, fundiendo nuestra condición humana a nuestra condición madridista, haciéndola una, porque twitter me ha enseñado que este hombre tiene, tras su aspecto algo cómico, un radicalismo, una extremosidad de ultra. El Torero tiene cosas de ultra y eso es lo que una vez pedimos: recuperar el sentimiento ultra sin politiqueos no violencias, hacer nuestro, mejorado y sin ironías, al Enrique de Los Nikis.



Hala Madrid hasta el morir. Un madridismo existencial, profundo, vindicativo, radical y extremo, hasta las extremidades últimas. Nadie ha captado mejor ese madridismo, que es el mío, mi madridismo, que Toñín. Desde luego, ese madridismo es más madridismo mío que el madridismo de pitiminí de Marías, con su anglovaldanismo blando y condescendiente.



La aceptación de Toñín nos va a obligar a reconciliarnos con el raulismo porque él ha recuperado como parte de su caracterización los útiles taurinos que Raúl trajo al madridismo. Queramos o no, en el aficionado han quedado grabados esos pases que pegaba el siete cuando las victorias. Toñín, taurino, tragicómico, parece un espontáneo a punto de saltar al ruedo. No es el ultra, el ochaíta a punto de dar el coscorrón al contrario, sino el torerillo que pide la oportunidad ante el toro, pero que no salta nunca, el torero siempre en el instante del salto. Toñín, en su primera fila, ya no es el ultra que grita, es el torero a punto de saltar al ruedo, a jugarse el tipo. Toñín, con su performance dominical, es el ultra caracterizado que ha convertido en tipo de carnaval el madridismo de calle. El madridista de tópico que se ha rebelado y ha cogido su cliché y se ha adueñado de él.



Torero que siempre está por desmonterarse y parece que aguarda al final para brindarle su toro imaginario al mejor madridista del partido.



Espontáneo de no sé qué ruedo, agarrado a su capote, ve los partidos mordiéndolo, en el burladero de la grada, porque vive el fútbol como cosa de vida o muerte.



Espera el año entero, Toñín, a que el equipo vaya a Cibeles y él pueda saltar al centro del estadio para torear frenéticamente, como Raúl, su ídolo, ese toro que lleva en la cabeza, la faena perfecta que llevan en la cabeza los madridistas. Cómo embestirá ese toro, con qué dulzura de corrida afeitada, me pregunto yo cuando pienso en ello.



Deberíamos procesionar los madridistas más locos a ese bar, como procesionan los del cuore al bar de Fran, a conocer el secreto último del madridismo de palillo y formar parte todos del universo solanesco y ronceriano de esta pasión que hemos convertido entre todos en la mayor y más libre chaladura de la España actual.



Hala Madrid hasta el morir.


jueves, 29 de septiembre de 2011


TELE: GALA DE ACORRALADOS

Acorralados o la naturaleza invariable de la suegra. La suegra, en este caso Barbra, es un ser difícil, peliagudo, ya sea la pareja clásica o la pareja lésbica y televisiva de visibilidad rompiente. A Barbra no le ha aguantado en el concurso ni su nuera –a un tris de decir yerna-. En las galas, Barbra se sienta en el centro, pivotante y madre, y Antonio David, que sigue con su sombrero, la define como ‘peso pesado’ y ‘puntal fundamental’, mientras chupetea incansable una pajilla. Antonio David está tramando algo todo el rato. Está adelgazando de tanto pensar.

Barbra Rey discute con Blanca Borbón y con la mamá de Aída, que es, ya lo ha dicho alguien, como Terele Pávez. Lo ha notado mmdrey, en twitter: esta señora malmete siempre y tanto malmente que a una concursante se le ha avisado ya: “Estás siendo malmetida”. Malmetida, ser malmetida, no es lo mismo que ser malfollada, pero se le aproxima.

Imágenes del Dioni siendo acompañado a declarar en un juicio por conducir ebrio. Dice lo de siempre, aún siendo el Dioni dice lo de siempre: Estuve comiendo jamón y nada, me tomé dos copas, nada más. Las dos copas de todas las borracheras que en el mundo han sido. El Dioni es como un filemón cazallero, es una gran voz rota y está apadrinando a Reche, que tiene como una querencia por la figura paternal, como demostró ya con Pipi Estrada. Reche, que tiene veintisiete castañas, siempre es huidizo e inconcreto. Parece algo distraido y sigue yendo de tronista por la vida.

Brenda, con su rubiandad y sus lazos, es una pin-up de polígono y alterna mugidos con cosas muy graciosas. Es muy descarada aunque basta como ella sola. Es un diamante televisivo de difícil pulimiento.

Hay en este Acorralados una innovación. Jorgeja entra en diálogo abierto y sostenido con los concursantes. El debate no se produce entre familiares, sino que son ellos mismos los que, azuzados por el presentador, discuten y comentan su semana. Había en los realities la costumbre de no dialogar demasiado con los concursantes, quizás por llevar hasta el final la cosa del aislamiento, de modo que todo lo explicaban una vez fuera del concurso, cuando ya las cosas importaban menos o no importaban. En esos diálogos, el presentador da lo mejor de sí. Jorgeja es un tiburón de la vulnerabilidad. Es el Zamorano de la lágrima. Ve una lagrimilla posible, una lagrimilla aflorando o una lagrimilla temblando en el lagrimal y se lanza en plancha y no descansa y sonríe hasta que no cae mejilla abajo. Esta noche ha hincado el diente, el canino emocional en Sonia, la rubia de la vagina abisal. Con la musiquilla de fondo, la que utilizaba José Ramón de la Morena cuando entrevistaba a los lesionados de menisco, la misma, la que también lleva en el cd del coche Alcalá, ha reconocido Sonia que trabajó con seis años, como las niñas del tercer mundo y que en la treintena acaba de aprender a multiplicar. Mientras lo dice, Reche mira al suelo, no sea que Jorge Javier le pregunte la tabla del siete.


A la madre de Aída le ha pedido tres sinónimos de pene. Verga, polla, rabo, ha dicho, mientras el realizador nos mostraba a una Leticia sonriente que se relamía.


Raquel Sánchez Silva, ataviada con unos conjuntos imposibles, parece que se va a pasar todo el concurso con los brazos en jarra.


Blanca de Borbón es muy maja, aunque haya reconocido haberse tirado ‘dos airecillos’. Intercala palabras en francés que prueban su buena cuna.

Hay un consursante masculino para mí desconocido que se llama Raúl y que es como un primo de Feliciano. En realidad, la granja es como un gineceo. Los hombres no hablan, ni ordeñan, ni cocinan. Simplemente están, aunque casi escondidos. Andropasividad en un universo femenino de amores lésbicos, rivalidades, reñidas menopausias, hermosas solidaridades, borracheras de sidra y reposterías. Ese gran coño sin fondo, succionador, ctónico de Sonia explica su presencia como símbolo. Ella es el coño absoluto, la vagina inmensa que todo lo puede. Una granja con capatazas. Un reality muy  futurista en el que cuesta verle una utilidad a los hombres. Un por qué.



En un momento dado del pograma  se produce este diáologo:

-Reche, ¿cuál es tu record en una noche?
-Bueno… cuatro.
-¿Y tú, Leticia?
-Yo siete, Jorge.
Nadie cae en la cuenta de que allí, chupando la pajilla, está Antonio David, callado, el mismo capaz, según confesión de la Bermúdez, de echar ocho polvos en una misma noche.

Escrutado el televoto, es la mamá de Sofia la que debe irse. Hay un consenso general y todo apunta a que Barbra ha estado insoportable. El Dioni lo ha achacado a que quizás sufra la ‘meñopausia’ (Barbra tiene 61 años). Mientras escribo estas líneas sale Barbra del plató. La volveremos a ver dentro de poco, en el plató de los estudios sagrados de telecinco, la cinecittá de nuestros días. De plató en plató. Lo que hay entre medias, la vida entre medias no importa. Dudamos incluso de que exista.

SESUDAS REFLEXIONES ACERCA DEL AJUSTE


Todo se ha dicho ya sobre la izquierda en El gato al agua. La izquierda política española, exiliada del Presupuesto, se encamina hacia un éxodo desértico en que lo menos malo será la antropofagia. Alguien se comerá las carnes entecas de Rubalcaba y ése, el devorador de Rubalcaba, será el ungido. De la izquierda teórica se ha ocupado ya la Realidad durante los últimos decenios ignorando cada una de sus propuestas, como las de ese amigo que nunca se sale con la suya a la hora de elegir garito o restaurante. Se ha llegado al punto de declarar anticonstitucional el keynesianismo o lo que por él se ha venido entendiendo. El keynesianismo era una cosa y los keynesianistas, esa facción derrochadora, alegre, charlestoniana, otra. El economista keynesiano siempre me ha parecido a mí un economista sin ganas de serlo, un diletante metido por los padres en la facultad de económicas que se vengaba postulando el teorema manirroto. Pero los keynesianos, al menos, sabían economía, conocían aquello que detestaban. El resto de la izquierda ni eso, el resto de la izquierda era un rencor. El resto de la izquierda era un gran cerebro nicotinizado. No un pulmón, no, un cerebro oscuro lleno de nicotina, oscurecido por la nicotina sectaria y carrillesca y todas y cada una de las propuestas de ese cerebro negro fueron rechazadas por la Realidad, una intratable amante esquiva que se defendía diciendo: “mira cómo acabé la última vez que te di la mano, mira en qué adefesio me convertí ¡No me convienes!¡Deja de pensar, sal al campo!”. Y ahora, quizá como consolación, la izquierda nicotínica puede ver concedida la tasa tobin, ese impuesto aéreo, abstracto e invisible sobre las transacciones financieras de los especuladores, los nefandos especuladores que han sido todo este tiempo los malos sin rostro de los dibujos animados. Especular viene también de espejo y yo siempre que oigo especular pienso que ellos, los de los dineros, nos ponían un espejo enfrente. Dirán los liberales que la izquierda muere matando y que se va al cuarto oscuro de la historia, a lamerse la herida ideológica –cicatriz con forma de desplome bursátil- haciendo lo que mejor saben: gravando. Y el gravar, no deberiamos olvidarlo, es el ejercicio legítimo de una potestad pública limitada y prefigurada por unos principios que son, más o menos, los del Estado de derecho. Esta visión reciente del político desesperado que piensa un nuevo impuesto, un nuevo tipo, una nueva gabela con el único ánimo de recaudar es un disparate indecoroso.  

Dicho esto, protéjanos Dios de los políticos que están por venir. Los conversos del rigor, los furiosos dogmáticos de la honradez y la ortodoxia. Los nuevos patriotas del equilibrio. Victoriosos teóricos e imbuidos de virtud pública, estos señores han cogido las tijeras protestantes del recorte con sus manos católicas de siempre, las que se iban al pan, y ya estamos viendo lo que sucede. El ajuste no es neutro, está cargado de política. Caen festivales de cine, se cierran conservatorios, se suprimen departamentos y sobre el funcionario y su sueldo sobreviene el ajuste, ¡el ajuste! Eufemismo sobre las partes más tiernas de la, digamos, por seguir con la jerga, estructura.

La tiranía, la guerra, la historia, a menudo impactan en las biografías como mero azar, deus ex máchina decidiendo la vida de las gentes. Este ‘ajuste’ que se nos viene encima, improvisado, urgente, va a caer sobre nuestras vidas de una forma azarosa y caprichosa, con algo de la arbitrariedad que tiene la tiranía, porque la arbitrariedad es una forma de tiranía, sin duda.

La crisis es una gran urgencia, un desasosiego. La crisis es una taquicardia. Todo el mundo le debe dinero a todo el mundo. La gente sale a la calle blandiendo fajos de facturas. La factura es el papel más significativo de la actualidad. Está cargado de belleza e importancia y se desliza por debajo de la puerta. Y ya no hay ni cobradores del frac, porque hace cosa de unos meses algunas calles parecían palacios, cenas de gala. Señores vestidos de frac recorrían las ciudades como llegando tarde a la misma boda de postín. En este mundo, en este trasiego, las fuerzas del desorden miran con recelo al tranquilo, al gran apartado, al que no debe, al que a nada aspiraba. El funcionario que no se hipotecó, que huyó de la fiebre corporativa, el que no se compró el Audi inculpatorio. El estudioso, el tranquilo, el sencillo, el profesor de tuba, el opositor, el maestro interino que hace versos por las tardes, el interino (¡el interino!) Ese individuo es sospechoso y ahora mismo es el gran enemigo social, la víctima del revanchismo social de los horteras, que son legión y mayoría, la mayoría en España, porque el centro de los sondeos, el cogollito demoscópico español es el hortera.


martes, 27 de septiembre de 2011



NEUTRINOS

El conocimiento de la existencia del átomo ha sido la línea divisoria de la ignorancia en España. Conocer el átomo es reconocer que no se sabe nada, que se es casi seguro ignorante de todos los fenómenos atómicos, físicos, químicos y biológicos. Se sabe de fútbol, de toros, de economía y a veces hasta de mujeres, pero de eso al menos se conoce la existencia. Reconocer que bajo las cosas que vemos, tocamos, olemos, con, digamos, una intelección animal, que bajo lo puramente sensitivo, bulle una vida de la que no tenemos ni idea era la certificación del desasnamiento del español. Porque no todo el mundo conoce el átomo. Los concejales no conocen la vida atómica y el árbol es el árbol, y el audi es el audi y la mariscada es la mariscada y por debajo no hay nada. El átomo es ir más allá de la obviedad y del conocimiento táctil de las cosas. A los que nos basta con la realidad, todo esa ciencia nos ha hecho siempre recelar. La realidad tenía una magia subyacente y la poesía era nuestra física. ¡Para qué el protón si estaba el misterio! Toda esa fenomenología de bolitas nos venía a explicar el misterio de la realidad de un modo humillante y se justificaba como materia de chiste para Sheldon Cooper.

En el colegio me enseñaron poca cosa. Los protones, los electrones y los neutrones, caracterizados como bolitas de colores distintos. Poco sabía yo del neutrino, al que tenía por hermano menor, demediado, del neutrón, ese suizo recalcitrante. El neutrino era para mí el componente humorístico, amarillo y bajito del átomo. El Alfredo Landa del átomo. Ahora hemos aprendido, gracias a la centrifugadora del CERN, que en su ligereza encierra una gran trascendencia y sabiduría y en eso haya quizás una canonización de lo ligero como lo verdaderamente importante. El neutrino puede, por su liviandad, ir hacia atrás, moverse en el tiempo, con algo que es una forma de victoria sobre lo inexorable y sobre si mismo. De algún modo, la materia se trascendentaliza y espiritualiza en el neutrino. En el neutrino está el eco auroral del pájaro edénico y el santisimo misterio de la Trinidad. Cuando pienso en el Tiempo encuentro algo incomprensible que me hace bizquear. Bizqueo del mismo modo que cuando pienso en Dios. Entender el Tiempo debe parecerse a entender a Dios. En las personas bizcas, por cierto, veo siempre el peligro de la alta reflexión. Todo bizco encierra un pensador que se abismó demasiado. Ls bizcos son grandes extraviados, grandes profundos.

En España, con una panfilez de tabloide que anima a expatriarse, el descubrimiento del CERN se ha saludado como la posibilidad de una máquina del tiempo. La física donde más lejos nos lleva es a Michael J. Fox. Además de que eso ya lo avisó J.J. Benítez, lo del CERN es algo más, importa por algo más: pudiera ser que el tiempo no fuera relativo, sino absoluto y eso genera pensamientos bizqueantes. En la vida todo, hasta el conocimiento, es cuestión de modas y tras los grandes relativismos, tras las relativizaciones parisinas del tiempo, el yo, la norma o el sexo, pudiera estar por llegar el tiempo de los absolutos. El reestablecimiento dior de algunos absolutos. Pensando en estas cosas, escuchaba la sucesión de ‘dependes’ de Rajoy, con ese aire inequívocamente outré de los conservadores españoles, salvo con Marichalar siempre tan fuera de tendencia.

viernes, 23 de septiembre de 2011



TELE: ACORRALADOS

El otoño me ha pillado viendo telecinco. Ana Rosa ha declarado el inicio de la estación y el plató se ha inundado de hojas secas. Màxim Huerta parecía un Prevert mirando de reojo. Ese tipo tiene un extraordinario talento para hablar con la mirada, como Jorgeja. Los gays la primera libertad que ganan es la de la mirada. Los gays siempre miran como si tuviesen abanico. Máxim es como Jorgeja, con un punto menos de maldad. Aparentemente es cursi, pero tiene su malicia. Un Jorgeja sentado, de tertulia, más tranquilo. Tienen la ciencia del comentario ácido y en su compañía, hasta el anodino Prats Jr. ha ganado mordacidad. Frente a los programas de sofá, Jorgeja tiene la ventaja de su enorme libertad de alcance, con esos pasitos que pega, casi juguetones y esos rodeos por el plató. Me ha impresionado gratamente el corro mariquita de Ana Rosa, comentando Acorralados con enorme tino. El jueves Jorgeja consiguió otro acierto con sus conexiones. Son un prodigio de intercambio, de mutuo beneficio. Los condenados en el reality consiguen alivio, los familiares dan su apoyo, Jorgeja satisface su sádico sentido del espectáculo y todos nos divertimos. Nagore reconoció su amor por Sofia mientras Barbra, siempre Barbra ya, lloraba a moco tendido. Vaticino un don Leandro reconciliándose con su estupenda hija –no recuerdo ahora su nombre-. Ella le hablaba el jueves al hijo de las estrellas y la luna, convirtiendo al Duo Dinámico en texto de nana, y el niño, con toda la gracia, respondía que sí, que vería la tele todas las noches. Ese niño, Pablo, demostró mucho talento. Sería un moderno Marcelino, hoy, que llevan a Joselito a la tele. Don Leandro no será menos cruel que Ostos, ni menos duro que lo era la Pantoja, y todos cayeron en las redes televisivas de Jorgeja, ese gran conseguidor de momentos. Boris decía ‘¡momentazo!’, Jorgeja los propicia.
Inciso personalísimo -más personalísimo aún-: no veré sálvame, hurgar psicológicamente en Joselito no lo soportaré. Odio el rollo del juguete roto. El juguete roto es una cosa maravillosa de bebés -los niños psicópatas matan animales, como Dexter-. ROmper un juguete es aprendizaje, no sé por qué se usa esa expresión para los decaimientos estelares. En las pelis de gangsters y boxeo, donde siempre hay una decandencia, apenas puedo terminarlas. Vivir es Broadway para mí, así que buscaré otra cosa o pondré una tertulia.
¡Que lo sepan los estudiantes de políticas! Democracia es cuando hay tertulias. Democracia es la existencia de tertulias políticas. Democracia es ver a Amando de Miguel en la tele hablando de cosas.

Barbara Rey es suega y capataza. Será un milagro si gana el concurso, aunque mi madre dice que está amañado para que así sea. Una estrella no se somete a esas condiciones de constante fealdad y degradación –un programa donde siempre es Antena3- si no hay algo a cambio ¿Le he llamado concurso? Un Reality es un concurso emocional, pero nunca le llamamos concurso. Y creo que está imponiendo una forma de manejarse en la vida. En todo grupo humano, sobre todo si es nuevo, se observan tácticas muy gran-hermano. Sobre todo ahora, cuando nos sacan a la calle para fumar y todos parcemos concursantes repartiendo nominaciones en el jardín.

Es otoño y los sentimientos se matizan. Como mi admirado Alfonso Favela, al que el otoño le hace desear comprar pana, a mí el otoño me lo trae siempre la tele con sus campañas publicitarias. El otoño es el catálogo de cortefiel y los anuncios de El Corte Inglés. Me apetece comprarme trajes y sueters de cuello alto, por más que he de seguir llevando camiseta. Otoño despierta mi amor por la ropa porque ir a comprar para la temporada otoño-invierno es la última oportunidad de cambiarnos que nos ofrece el año. Luego ya serán los propósitos beodos de Nochevieja. De hecho, hoy he visto una comedia romántica flipando con la ropa de Ashton Kutcher. En el último fotograma él cojía la mano de ella y yo le decía a mi novia: qué pasada de reló…

He dicho antes ‘flipar’. Sofia Cristo, nuestra Sofi, con esos labios como una flor carnívora, es la persona que conozco que mejor utiliza ese verbo. Sus ‘lo flipas’ son estupendos, maravillosos, pertinentísimos y no suenan mal. Sus flipar son tan naturales como cualquier verbo: ‘lo flipas’, dice y verdaderamente flipar significa algo. Flipar tiene definición, aunque no sé si está en la RAE. Flipar es…algún tipo de exageración o trascendencia u onda indebidamente tomada o cogida. Camino de exceso, desproporción, groove a destiempo, subidón intempestivo. La tiene, la tiene, no puedo desarrollarlo ahora, pero la tiene y Sofia Cristo es la dueña exacta de su sentido. Flipar, ese verbo, es la manera postmoderna de denunciar un comportamiento equivocado, exagerado y denunciar algún tipo de exceso personal. Fliparlo es una incomprensión. Flipar ya no es drogarse, fliparse es andar como drogado cuando no toca. Fliparlo es la superación postmoderna de flipar.

Además de en la ropa, me fijaba en que las comedias románticas lo que tienen de comedia es la huida del cliché, del tópico amoroso, y lo que tienen de románticas es la caida en él, en la pareja inevitable, único destino posible del ser humano. Al final, todo el mundo cae, y el círculo se cierra. Y el malo se queda solo o se hace gay. Las comedias románticas tienen siempre esa pauta: una huida imposible del romance y de su infalible gravedad. Lo serio es cómico. Querer huir del amor lo es. Lo heterodoxo, lo grotesco, es cómico, lo ortodoxo es el romanticismo. Además, la manía de emparejar a todos los amigos y secundarios, en un apoteosis de finales felices que Love Actually exageró convirtiendo a todo el mundo en protagonista.

He disfrutado mucho de Kutcher como actor romántico. No tiene vis cómica, pero es encantador y creo que con la edad será un enorme actor para este tipo de filmes. Su personaje era un detallista frenético. Ella no, ella en absoluto. El detallismo es el fetichismo de ellas, su forma de embeleso sexual y la comedia satisfacía a un público femenino. La rara era ella, la desviada era ella; él era encantador y conservador. A los hombres nos han convertido definitivamente en mecanismos simples y se vuelve a llevar el hombre clásico.

Me ha impresionado la paisajística y la fotografía. Norteamérica era la chica más guapa de la peli. Ahora que su influencia se empieza a matizar, Hollywood saca unos Estados Unidos a los que no apetece cuestionar. Han sido el Imperio desde que nací y no admito un mundo multilateral: Nueva York será, hasta que me muera, la capital de mi mundo.
Mientras acabo estas líneas sale Mou en la tele, vestido de negro. ¡Está como un tren! declara mi novia. Aspiro al estilo de Sean Connery, sentencia él. Todos los niños quieren ser futbolistas, dice. No, Mou, no, algunos siempre hemos querido ser James Bond.
Por twitter me he enterado de que caerá un asteroide o algo así. Yo he visto bing bang y me he acordado de Mari Trini, y su particular por qué.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

CRÓNICA: RACING-REAL MADRID



Estadio casi lleno. Coro de cántabros. Dos equipos correteando. En uno de ellos juega Lass, de modo que hay algo caótico en el ambiente, como un metrónomo descompasado. Sale el árbitro, en las vanguardias de la acústica contemporánea. Le acompañan dos asistentes y un cuarto árbitro constantemente preocupado de silenciar a Mou. Shhh, shhh. Chitón. Chitón. Fdez Borbalán, se llama el solista. Empieza el partido: piiií. Pi, pi, pi… toqueteo, lass la gana y la pierde, pi, pi, pííí. Suenan sucesiones de pííís que parecen remedar el trino del jilguero. Es una aproximación pajaril a la música. Es la justicia del trino. Pí,pí, píiiii, cada cuarenta segundos. ¿qué patrón sigue el árbitro? Pí. Pí. Pi, qué hace pi cada cuarenta segundos, qué hay en la naturaleza que haga pi así. Pronto, la sucesión de píiiis empezÓ a sonar artificial, fabril, electrónicA. fernández Borbalán es electroacústico. Su pito suena como un aparato electrónico. Es un minimalismo del pitido… La coge uno del rácing, la pierde, se tira. ¡Pi! La juega Alonso, ¡Pi! ¡Y parece que hubiera barro pero no hay barro porque no ha llovido! ¿qué sabemos de ese pitido? Es un piiiií que humedece el ambiente. Ya sabemos más: es pajaril, humedecedor y tiene el elemento cáotico de Lass y el sshhh, shhh, constante del cuartoárbitro y además una síncopa pautada que es electroacústica ¿Qué rompedor estilo es el de este Fernández Borbalán que habrá vivido toda la vida preguntándose por su segundo apellido? ¿Por qué los árbitros tienen siempre un apellido extraordinario? ¿Ese ese apellido lo que los condena al ostracismo social? ¿No es el ostracismo una forma de aristocracia? Habría que ver el acta para comprender quizás la partitura del concierto de pito de este fdez. Borbalán revolucionario, ¡John Cage español que sin embargo ha deparado tres grandes silencios en tres momentos en los que el público ya esperaba el pííí como quien espera un latido! En un penalti, en una mano, en una expulsión, el árbitro no regaló el pitido, sino el silencio. Un silencio descoyuntante, inesperado, que parecía un valle de silencio, un desierto de silencio, rompiendo el pitido industrial, serialista de fernández Borbalan, que era uno ya con su silbatO, pero, ojo, el crítico que suscribe apreció algo más, por debajo del silencio inesperado, a un nivel subsónico, el cuarto árbitro de fernández Borbalán susurraba, seguía susurrando: shh, shhh, al banquillo portugués, como un recitativo gregoriano. Y tras eso, vuelta a la pauta de ese genio del serialismo musical que es Borbalán: pi, pi, pi, shhh, shhh, ese portugués, hijo puta es, shh, shh, pi, pi, pi, pi… y esa pauta sólo se rompió con tres silencios, ¡los silencios que borbalán coloca en su partitura para citar la mejor poesia española! los silencios como los grupos de silencios en la muerte de Sánchez Mejías, tres silencios comprometedores, dolorosos, dramatizados, tremendistas y trifásicos: un penalti, una mano, una expulsión. Un penalti, una mano, una expulsión, y en ellos tres silencios como tres desplantes de este torero de los vientos que es fernández Borbalán. Así, el crítico encuentra y descompone el fenomenal sentido de fernández borbalán en este concierto de pito que se situará en lo más alto del arte español del siglo XXI: síncopa maquinal del pitido, pitido pajaril impresionista y húmedo, coro cántabro de odio al luso, como elemento zarzuelero y dramático, shh, shhh, shhh constantes y minimalistas, de recitado místico (sshhh, shhh, como anticipos de los tres grandes silencios, como invitación para los silencios venideros) y, luego, como elemento cumbre, tres silencios, tres ‘grupos de silencios’, una mano, un penalti, una expulsión, silencio, una mano, silencio, un penalti, silencio, una expulsión, silencio, pi, pi, pi antes, y pi, pi, pi después. Silencios introducidos caóticamente en la serie de pitidos, como elemento-lass, rompiendo con esos silencios dramáticos, inesperados y jondos, un serialismo de máquina. El silencio es la clave de la música y fernández Borbalán, solista del pito, paganini del pito, campuzano del silbato, sarasate del silbato, ha meneado el espíritu del público con tres silencios inesperados con los que la tradición lírica española rompía el pitido maquinal del serialismo de vanguardia. Ha meneado tantos los espíritus que a más de uno en el coliseo santanderino se le habrán caido hasta los euros al suelo. Conciertazo de pito de un solista que está en lo mejor de la reciente tradición arbitral española, en la que se integra perfectamente. Tras finalizar su recital, el músico salía con sus asistentes, que quizás fueran tan artistas como él y tan responsables en los tres silencios estremecedores que se recordarán largo tiempo en la elegante noche santanderina. Apuntadores del silencio. Determinadores poéticos del silencio. Enorme arte el de esta gente, banderilleros del silencio.

martes, 20 de septiembre de 2011



EN RECUERDO DE J.


Yo tuve un amigo que hablaba como el de Los Enemigos. Suena Septiembre y lo estoy viendo ahora. Era duro. Hablaba poco. Sólo pensaba en coños y fumaba sin parar. Leía a Miller, Celine y escuchaba a MC5. Juntos mirábamos a las maduras del barrio con descaro, pero a él si le tomaban en serio. Conduciamos visitando a las putas y bebiamos en bares con altillos de los que no queda nada. En Valencia estaba Mérito, donde agarrar cogorzas por las tardes. Nos moviamos en una atmósfera de Huston, sin ninguna afectación. Con él salía solo y nunca más me volvió a interesar esta ciudad. La Malvarrosa, El Puerto, los bares más tirados donde milagrosamente nos dejaban pasar. Empezábamos a leerlo todo y en ese juego él era los Estados Unidos y yo Inglaterra. Tenía el cine y el rocanrol de su lado. Benimaclet todavía era huerta y salir de casa era librarse de una hostia y dejar la ciudad. Era duro, o eso creiamos. Hablábamos de boxeo y del Madrid. Nos hicimos españolistas por joder. Todo eran para él mariconadas y pronto sólo hubo el polvo de las putas, el partido de los sábados, el alcohol primerizo y cada vez menos palabras. De una familia de guardias civiles, tras intentar estudiar estuvo un año metiéndoselo todo, como un vacío en una biografía, e ingresó en el cuerpo harto de la vida. Echo de menos su arrogancia callejera, su dignidad y lamento haberla comprendido tarde. UN talento natural para acodarse en la barra, un superdotado de los bares. Caminaba como John Wayne, pero con una mano en el bolsillo. Rechazaba la amistad, como los gladiadores. Le faltaba humor para ser un verdadero ramone y sofisticación para Lou Reed, pero el whisky lo bebía con la seriedad de Robert Mitchum. Era un tierno hijo de puta al que le metieron plomo en las venas demasiado pronto, porque a J. le sabía mal sonreir, parecía avergonzarse de su propia risa. Tenía la elegancia de despreciar sin odiar y yo no supe ver su tristeza porque quizás me recordaba demasiado a la mía. Le rechacé por una cuestión de ritmo. Había que llenar la vida y salir pitando. Ahora comprendo que tuvo razón. Yo he sobrevivido, me he salvado, pero cargo con la sensación de traición y soledad que nos dejan los suicidas. Y nadie jamás me ha vuelto a impresionar.

lunes, 19 de septiembre de 2011


POEMA SONROJANTE


Serán dos copas, te digo,
y aparezco por casa a los dos días
con pinta de haberle visto a Dios las intenciones.
Los hombres más sabios no lo necesitan
Ni lo recomiendan los mejores libros
La ebriedad y el comunismo son dos trampas de la inteligencia
El brillo de una idea, la concordia
Seguido luego de dos derrumbamientos
En un mundo sin ti, ni amor por ti
sin la bendita ley de la causalidad,
Un Brughel de Polígono donde sonaran beats luciferinos
Y lo que brillara lo hiciera falsamente


Te juro que fue un solo de Monk, no hubo mujeres
cómo haberlas si no me asiste ya la vanidad
el estrado donde el yo ensaya sus cabriolas
Pregúntame ahora, si fueras un estado
¿qué dulce catástrofe sería este declive?
Pregúntame, ¿qué tipo de dictador hay en tu vicio?
Pregúntame, amor, si mis cogorzas las viste John Galiano
con qué barroca obscenidad nos desangramos
Si es agradable ganar la desmemoria, pregúntame,
Pregúntame ahora, cuando el lento contrabajo parece una certeza
Pues toda resaca tiene su canción y el mundo se organiza con un ritmo
Pregúntame, qué satisface un vicio y qué temor concita
Y qué tiene que ver la infancia en todo esto
Pregúntame ahora, cómo es mirarte con los ojos llenos
En la suave instancia del después, donde una hermosa luz aún nos perfila, leve ángel que se acaba yendo.

Narciso de velador, melindre modernista,
Estamos a poco del absurdo, en un asedio de nada agazapada
y nos asiste solo el triste argumento de nuestra conciencia.
Pero escucha, resiste, es Pee Wee Russell, adusto petimetre,
Y está defendiendo heroicamente un clasicismo.
Fundaremos la semana en esa resistencia.

sábado, 17 de septiembre de 2011


EL YO

Paso la mañana persiguiendo con la mirada el gateo incansable de mi sobrina. Como la gente va luciendo uña, a mi sobrina hoy le ha tocado descubrir, quizás demasiado pronto, el dedo gordo del pie, pedazo de carne que le remitía, por su achaparramiento, a pocoyo, el justin bieber de los bebés. Mirando a Pocoyo pensaba en que quizás yo sea muchoyo o demasiadoyo, y en el comentario de mi admirado madridista jarroson, quien con visibles signos de tajada me señalaba esta mañana el abuso del yo en mis textillos. Me preguntaba la razón del éxito de pocoyo y creo que no está precisamente en que tenga poco yo, sino en que empieza a tenerlo. Pocoyo es un hombrecillo, una personita, en un ecosistema de jirafas, elefantes rosas, formas fosforescentes y quimeras infantiles. Pocoyo es el inicio del yo, y está bien que lo sea. Hablar en primera persona no es igual que hacerlo con el yo. El yo le aporta oralidad al texto. El yo lo decimos vacilantes cuando perdemos la mirada para pensar algo, de modo que lejos de reconcentrarnos nos proyecta. Empezamos con el yo cuando dudamos. El yo es una palabra balbuciente, dubitativa, honrada. Yo digo siempre yo y será la mejor forma de que el tú tenga la mayor intensidad cuando lo escriba. Emboscar el yo es una forma de engaño de quien poda los textos para no dejar huellas de sí mismo. El yo es el apuntalamiento fundamental de la página, la pica que hace que no se vuelen las demás palabras. Elidir los pronombres es un colectivismo igualitario horrible y un entristecimiento y todos aprendemos las frases con el hermoso pronombre subrayado. Por otra parte, el yo es circunstancia, el aparejamiento de la circunstancia, como una caravana de cachivaches que nos acompaña. Y me gusta gráficamente, con su o redonda, ocular, concentradora, la o del ombligo egipcio, oracular, y la y, que siempre me parece un tirachinas infantil, griega, uniendo en una palabra nuestros orígenes culturales y mediterráneos. Así tenemos una letra achaparrada y otra estilizada, dualidad cervantina del yo. El yo podría reprochársenos de niños, cuando escribíamos esas íes griegas llenas de volutas, porque nos hacían escribir como señoronas que van a la ópera, pero ahora ¿qué cabe reprocharle al yo, sino una franqueza enternecedora en tiempos de lamentable igualación? Habría que recuperar, pienso ahora, el sentido del arabesco de esas letras de niños, su eco aventurero y ensoñado y reencontrarlo en los mutilados tipos del procesador.

viernes, 16 de septiembre de 2011


LOS PATIOS INTERIORES


Para Machado, archiconocida cita, la juventud eran recuerdos de un patio sevillano. Para tantos, sin poesía en la vida, la niñez fue jugar en el patio de luces. Los patios tienen una luz distinta. No me interesa de ellos su aire de drama, su novelería, pues todo patio es una trastienda, la cara b experimental del single de cada familia. Los patios tienen una luz blanqueada, cernida, como lavada por las sabanas de todo el vecindario. Luz de bodegón, luz crítica y terribilizadora que ilumina las despensas y los cuartos por hacer como prodigiosas naturalezas muertas. Luz de claraboya sin claraboya. Si nos asomamos a la calle y luego al patio interior son dos días distintos, es la introversión del día, el día abúlico que se queda en zapatillas y no sale al mundo. Hay una tremenda estupefacción en esos patios y la luz está sonorizada. Es una luz de transistor y una luz acelerada por el batir de huevos porque siempre hay una tortilla haciéndose en los patios y siempre hay música aunque no suene, porque en los tendederos vacíos las vecinas dejan compuesta su melodía. Esa luz es el logro involuntario y mayor de los arquitectos viles que han geometrizado la vida dejando siempre una habitación hexagonal que obliga a cambiar el sofá. ¿No hay una anunciación cuando se sale al patio, un esclarecimiento? En una ciudad sin verdaderos jardines, devastada por la ingeniería municipal, yo tengo mi jardín en el patio interior, en ese recogimiento de atrio donde mi paranoia descansa porque resulta natural sentirse observado. En los patios, en todos los patios, la luz española se hace holandesa y cada ama de casa espera su Vermeer.

jueves, 15 de septiembre de 2011


TELE: INICIO DE ACORRALADOS.

Decepcionante inicio de Acorralados. Por no sé qué deficits personales –palabra ya hegemónica, que ha saltado el ámbito de lo presupuestario- había puesto yo grandes esperanzas de solaz en ese reality, pero por lo visto –poco- me tendré que buscar la vida. Para empezar, el lugar es horrible, es una casa campestre deslucida y desapacible, todo son pajas, barrizales y gallinas y debe de oler a estiercol. Ese rollo ya lo probaron con La Granja, que no me gustó. A mí de niño me llevaron a una Granja Escuela y me hicieron tocar todas las tetillas menos las que me interesaba a mí tocar. El campo me da frio. Quizás sea eso, algo personal, pero como plató, la granja esa no me gusta. De hecho, el color se entristece, se acerca a la tonalida de la cadena triste. No es estrictamente telecinco. No tiene su luz, su brillo, esa chispilla de la frivolidad que nos ha atrapado a tantos. Debo decir que el elenco de almas exhibidas no es malo. Está Antonio David Flores, vestido como si fuese a hacer un moonwalk, con su mirada de killer de platós, hay una Borbón que yo no había visto jamás, del fondo inagotable de los borbones de saldo; está Barbara Rey, tan de vuelta ella, tan señora (Jorge Javier acaba de decir la palabra ‘capataza’, quizás estoy juzgando demasiado pronto). Están las dos personalidades más descollantes de myhyv, Brenda y Reche, tronistas tronados; la madre de Aída, mozárabe ella; Nagore, una lesbiana muy guapa del GH, que puede tener sus tres o cuatro interviús y dos estrábicos célebres, el Dioni y Leticia Savater, con esa desazón que producen sus miradas. El gran interés del concurso para mí, ahora mismo, está en detectar eso, sus cruces de miradas, carambólicos. (Ahora Bárbara Rey, pudorosa, asume su edad, ante el reproche mariliendre de Jorgeja). Y está Regina Dos Santos, que quizás tenga un hijo canterano culé y que se pasea ya, machucha, como un estandarte lamentable del erotismo español de las últimas décadas. (Ahora mismo, Antonio David anima el cotarro, ¡demarraje en el reality! Con ese reproche tan paradójico: “Aquí hay mucho que quiere ser visto, mucho al que le gustan las cámaras”). Así hay que interpretar los realities: la lucha encarnizada y darwinista por la audiencia entre animales televisivos de distinto tipo. Una docena de seres catódicos, hambrientos, seduciendo a la audiencia. Visto así, y si la granja permite la vida comunal, el rollito de las confesiones y los toqueteos, este programa puede darnos eso que tanto nos gusta: la atracción irrefrenable por la singularidad televisiva.

Es hora de dormir. Arrancarse de la tele ahora es casi tan difícil como será arrancarse de la cama en unas horas.


PERITO EN NUBES


El hombre es un ser de lejanías. Esa es una cosa que dijo otro pero que en España ya es de Umbral. Es, digamos, una sentencia-franquicia, como esas cervecerías alemanas idénticas que se abren en cada barrio universitario, y me imagino que en cada país debe de haber un hombre de letras que lo haya dicho con idéntica apropiación. Yo a veces siento la necesidad de achinar los ojos y hacer como que miro a lo lejos, aunque esté en el salón de mi casa. Achino los ojos, los hago dos ranuras negras, y me invento un horizonte brumoso. Por eso en todos los salones burgueses había horizontes marinos o cinegéticos con ocasos tremebundos. Era la necesaria lejanía en el hogar cabizbajo antes de la televisión, la gran acercadora. Esa es la lejanía horizontal, redonda, la otra es la lejanía vertical, la que ganamos en la playa –qué tontas las mujeres cuando van a la playa y no miran el cielo, sino que cierran los ojos apretadamente, ciegas pertinaces al empíreo-, la contemplación del cielo y el avizoramiento de sus trascendencias, que nos exigen estar tumbados. En eso está el presidente Zapatero, que ha dicho lo de la supervisión de nubes como quien nos cuenta su próximo viaje a Benidorm. Esa expresión, según por quién sea dicha, carga el sentido en el supervisor o lo carga en las nubes. Con Zapatero todo es nube, porque habría algo humorístico pero muy concienzudo en lo otro, en la supervisión. Podría ser hasta fordiano y por fordiano capitalista e impoético el ver pasar nubes haciéndoles el control de calidad. No, esa frase dicha por Zapatero gana entera nubosidad, vapor, blandura y nos trae su filiación estética con los Aranoa y las Coixet, los grandes reblandecedores de la neurona estética española. Los críticos de la derecha implacable ya dicen que Zapatero es vago, pero no me lo parece, Zapatero quiere el olvido dulce que depara el cielo, con su curso de Leteo, la lejanía eternal ahora que la Historia, la lejanía preferida del gobernante, tras un tiempo midiéndole las hombreras para el retrato, parece haberle lanzado el asustante fogonazo del fotomatón.

miércoles, 14 de septiembre de 2011



CRÓNICA: DINAMO DE ZAGREB-REAL MADRID

Decía Ruiz Quintano en su twitter que el Madrid salía de rojo para despistar al platinato. Se ve que no, que están atentos. Tan atentos que eran noticia durante el partido los sms de Chendo, que ya es afán noticioso. Yo, poéticamente, porque tengo un blog y me debo a las artes, pensaba que el Madrid, harto de ser el Madrid, quería probar qué se siente siendo el Bayern de Munich –de Miunich, como dicen los periodistas finos de la ultracorrección-. Visto el partido, parece que se trata de vestirse de rojo para que le embista mejor el toro negro arbitral.

El rival era algo de Zagreb, la Cibona no, claro, otro, el Dinamo, aunque el nombre de Dinamo lo merecía Coentrao más que nadie. He de decir que yo no he reconocido aún a los estados que salieron de la guerra de los Balcanes. Para mí siguen siendo Yugoslavia, una y grande, aunque ya no esté Tito –o al menos no esté ese tito- y tampoco respeto mucho su fútbol. Tienen todos cara de baloncestistas y la única vez en que me los tomé en serio, cuando Prosinecki, la decepción fue imperdonable.

Lo del color no es broma. He vivido los primeros minutos con mucha ilusión y gran novedad, como cuando tu novia se cambia de color de pelo. Era como animar a otro equipo sin serle infiel al Madrid. Era todo… distinto siendo igual. Con el paso del tiempo, sin embargo, esa sensación iba disminuyendo.

Lo del color, la terapia del color, también la sigue Iker, que ha decidido ‘reinventarse’, que es verbo de mujer o de cantante. Se ha reinventado en el Pollito de Mostoles, ganando notoriedad física y fosforescencia como hacía en su tiempo Cañizares. El del frasco.

Por lo demás, Ronaldo tenía ese día tonto que le sale cuando viaja. Ofuscado, ha levantado al público con esos gestos suyos de payaso en el circo, tan evidentes y luego, aun jugando fenomenalmente, ha dejado esa impresión de poder estar jgando cinco partidos seguidos sin marcar. En días como hoy Cristiano busca tanto el gol que el gol no llega, porque supongo yo que el gol, como todo, debe tener su misterio y hay que alejarse un pelín para que la cosa ocurra.

A Alonso le falta mugir en las segundas partes.

Me paso los partidos echando de menos a Özil, al que siempre pido más y más como le debe pedir su novia y el rato en que no estoy echando de menos al turco me lo paso debatiendo paramis adentros si Benzema es o no es. Tiene cosas de portento, de delanterazo, de un Ronaldo Nazario enriquecido, pero luego tiene insustancialidades, irrelevancias, y gestos raros: falla un gol y recoge el balón y resopla por la nariz, hinchando apenas sus aletas, sin rabia, sin desesperación. Sigue siendo frio, Mou no lo puede todo y cuando aparece Higuaín, que parece que está echando culo sólo para parecerse al kun, celoso del kun, siento que el protagonista de la peli, que la chica, el gol, se lo lleva el Pipa. En esas me paso el partido.

La retransmisión de canal9 no ha sido tan deplorable como de costumbre, por más que, como ya se dijo en otra ocasión, ver al Madrid en Copa de Europa por canal9 o tv3 es como ver la super bowl por al-jazeera.

Tácticamente no sé, no sé nada de tácticas, pero me parece que este Madrid de Mou sale muy bien puesto, muy bien plantado. Que se coloca, que se posiciona casi tan bien como Durán i Lleida.

LA DIFICULTAD DEL BERBERECHO




Es imposible ser elegante comiéndose un berberecho, sobre todo comiéndose una lata de berberechos, comiendo el berberecho en lata. El berberecho, perdida su bivalvidez, debería picharse con palillo, pero en ese caso es muy posible, sucede mucho, que al ensartarlo, la alegría del comensal arponero le haga disparar el meñique, resorte feliz, y entonces el acto de llevar el vil palillo con el berberecho glandular a la boca se llena de la hilaridad de un meñique disparatado, porque el palillo es como el berberecho, un utensilio con el que sale lo peor de nosotros mismos. El palillo, comoel berberecho, como el domingo, saca lo peor del ser humano. Si se utiliza el tenedor, el comensal aspira a más porque se siente respaldado por la técnica y no se conforma con la unidad, trata de pinchar alguno más porque qué cosa tan ridícula es un solo berberecho para un tenedor, como si neptuno tuviera en lo alto de su tridente un triste mejillón, entonces el que pincha intenta penetrar más de un berberecho, intenta hacer un pincho de berberechos, pero es tarea complicada. Algún berberecho se resiste y entonces se está ante un doble compromiso con los demás: queda comprometida la pericia de uno y queda sentada la obligación casi moral de no dejar ese berberecho en el plato, pues es berberecho que ya ha sido penetreado (¡violado!) por nuestro tenedor y nuestro tenedro ha estado en nuestra boca, de modo que cómo podemos pedir a nadie que coma un berberecho así. A ese tipo de promiscuidades puede llevarnos el tomar unos berberechos en cualquier sitio. Sucederá también, casi seguro, que en la dubitación comprometida del que pincha varios berberechos, surja, ante la dificultad de su ensartamiento múltiple, el recurso tragicómico de pinchar un berberecho con cada diente del tenedor. Eso suele deparar una inestabilidad de la carga que hará que el tenedor no pueda colocarse en posición horizontal para hacer entrada en las fauces del berberófago, de modo que el movimiento será forzado, poco natural: un tenedor vertical, con dos berberechos, uno en cada extremo, casi a punto caer como dos lágrimas, acercándose a la boca como el micrófono lento de un bolerista. La experiencia en ésto no sirve de nada. Si yo mañana me como unos berberechos en un lugar público o ante un grupo de comensales, el conocimiento exacto de estas dificultades no impedirá que me enfrente a ellas. El comedor de berberechos siempre es primerizo, la torpeza ante el berberecho, el desvalimiento y la ridiculez humanas ante el berberecho son eternas. Pocas cosas como el berberecho demuestran nuestra ridiculez.



Sucederá, finalmente, que se quedará siempre en elplato esa unidad, esa última unidad ante la que siempre salta la cursi de la reunión o el individuo con pinta de cuñado diciendo eso de ‘anda, mira, el de la vergüenza’ –‘El de la virgüinsa, mira’, diría esa inolvidable concursante- y esa última unidad, si se trata de un berberecho, es una cosa tan ínfima, tan inencontrable y perdida entre el caldillo turbio de la lata, que su sola evidencia resalta la ordinariez del acto. El crimen del acto. La barbarie social del acto. El berberecho residual es un golpe directo al sentido del ridículo de cada uno de nosotros y en su forma breve, su ligero cuernecillo y el ensortijamiento un poco erótico de su carne, parece haber un reto y un algo de sorna hacia el que se lo come. Yo siento a veces que ese berberecho me toma el pelo y me dice: a que no te atreves, a que no tienes huevos de venir y comerme. El berberecho, la latita de berberechos, parece poca cosa y tiene un nombre hermoso, pero está cargada de dificultad.




martes, 13 de septiembre de 2011


AURELIO MANZANO


Veo la tele dando cabezadas. Hay un debate posterior al engendro de cuoreficción sobre la vida de la baronesa pilsen y sus primeros amores con un señor con nombre de super héroe. En el plató está la Rábago, con su modosez redicha y, de nuevo, su cacha macluhiana, esa cacha que es garantía de buen periodismo. Sólo podemos fiarnos de los periodistas que muestran sus piernas, que cruzan sus piernas frente a cámara. El periodismo se hace a cacha descubierta. Todo lo que mete las piernas bajo una mesa es telepromter de ése o maldad de tertuliano. Junto a ella está Aurelio Manzano, ese venezolano triste, que es la sombra gris de Boris, que ni se levanta, ni grita, ni estalla en su venezolanidad cronista y rosa, tan solo se mantiene sujeto a la silla, con las piernas cruzadas en perfecto academicismo periodistil, sujeto a sus apuntes y a esa postura que es ya la impronta del periodista y que le distingue del colaborador, que suele adoptar formas corporales relajadas. Se trata de un venezolano que probablemente haya rodado alguna versión de los Monster en Caracas, junto a alguna Yvonne de Carlo de rompe y rasga que, sin embargo, ay, no alterara ninguno de sus biorritmos. Tiene Manzano un alicaimiento, unas ojeras tristes que quizás hayan despertado la amistad fraternal de Fran, sin duda un alma cándida. A mí me parece un personaje cada vez más fascinante porque no acierto a explicarme su tristeza. Si explotara su alegría, su venezolanidad, Aurelio podría ser una estrella, pero parece arrastrar un drama o una pena, quién sabe si de amor. O una nostalgia. Aurelio Manzano, con ese nombre de personaje de novela de Almudena Grandes, es, pese a todo, el tercero por antonomasia en las revistas españolas. El tercero que de una forma no sexual rompe un matrimonio. El elemento freudiano y oscuro que ningún terapeuta acierta a resolver. La eterna discordia de la pareja, la rencilla, la incompatibilidad. Eso. Eso es Aurelio Manzano, el obstáculo irresoluble de cada pareja.



La hija de Espartaco Santoni es maravillosa. Yo quisiera ser así: un señor un poco golferas, un Don Juan al que le sobrevive una hija jamona que se recorre el mundo, los juzgados y los platós (¡citando la ley de Enjuiciamiento Criminal!) defendiendo y rehabilitando el honor marchito del macho ido (perdón por el sonajero, pero a estas horas…). La hija de Santoni reactualiza el inmortal mito español.



Algo que nada tiene que ver con lo anterior. ¿Se han fijado las personas solidarias y solidaristas, del izquierdismo hegemónico, que las bases éticas de la actitud izquierdista son, quizás, una despreocupación por la acción y un énfasis en los meros procesos mentales, en la satisfacción interna y en la coherencia del pensamiento, ajeno a toda acción, a toda consecuencia? No. Imagino que no, pero yo sí, porque yo tengo un blog y pienso todo el tiempo en estas cosas mientras hago la compra, me echo desodorante o trincho el solomillo.



La derrota del Barcelona antes me exaltaba. Encendía mi entendimiento, animaba el caudal sanguíneo, me romantizaba. La derrota culé era mi musa, pero ahora no, ahora ya no, mi musa ahora es esquiva, se está transformando. Dónde estará mi musa. Eso me pregunto yo. ¿A qué garito de ‘lo real’ o de ‘lo imaginario’, esos dos barrios con vida nocturna, deberé conducir mis pasos para encontrarla?...

lunes, 12 de septiembre de 2011


RATOS DE TELE


Escucho a Rosa Benito decir que pone 'todo eso en manos de los abogados' y admiro esa expresión.  Nadie que haya estado entre abogados, asunto de litigio, ha podido abstraerse. La tensión judicial, los bajonazos legales le dejan a uno nervioso, preocupado, porque la justicia no deja de tener su revés de sorpresa final. La jurisprudencia es una sucesión de ocurrencias. Las pesadillas judiciales son habituales. Ellos no, los del circo rosa,  lo dejan todo serenamente en manos de los abogados, seca materia jurídica. De eso no hablo, dirán, eso lo lleva mi abogado. Y 'eso' puede ser medio pedazo de su vida.





La competición lacrimógena de sálvame:

-Cuántas veces te ha llorado? Muchas, y yo a ella también.

-Yo le he llorado muchísimo, muchísimo. Nos hemos llorado mucho las dos.





Anteayer vi a Andrés Pajares en la tele, en el programa caritativo de la Campos. Es un ambiente de mesas camillas, quizás porque ese fuera el escenario o decorado primero de Maria Teresa Campos,  aun cuando lo que aparece es el cruce de piernas de la Gaitán o de la Gorro, que todas juntas, una al lado de otra, parecen una columnata. Sin embargo, pese a tanta cacha descubierta, sigue habiendo allí un ambiente de mesa camilla del que no se puede huir. Como si el sábado televisivo fuera ya para siempre la hora de nuestors abuelos. Y en ese ambiente, Pajares, huidizo como un pajarillo, con la misma celebridad pasmada que tiene Camilo Sesto, ambos en ese olimpo boquiabierto, recibía todo el homenaje nostálgico, el homenaje a bocajarro, extremaunción televisiva. Me fijé al final, cuando hacía un play back moviendo apenas los labios por desconocer la canción que sonaba, y, de repente, su mirada era la de Pacino. Enorme actor Pajares, encontraba en su deterioro último la mirada del actor que le faltaba, ese Pacino serio, violento, majara, siempre a punto de soltar la hostia. Se redondeaba el actor así hasta su último registro.





Se corre hacia la vanidad de uno. Es el atletismo del yo.
DEFENSA DE LA PATADA


Ya se habló en otro lugar del opiáceo fútbol culé dirigido ideológicamente y absurdamente al no-chut, la mecanización cartesiana de la jugada en orgía de tiquitaca hasta la red, sin la mediación del remate o chut, o alguna de esas formas de ejecución, palabra asustante y fuera de los tiempos.

Los acontecimientos, que me siguen como un perrillo fiel, están llegando ya a ese punto hilarante y así, el afamado novelista Torres, gloria de las letras argentinas, ya lo evidenció en uno de sus funestos tuits:

“Este Barça demuestra que cuando las jugadas se construyen de un modo adecuado no hacen falta especialistas del área para acabarlas.”

Se refería más bien aquí el fabulador a la figura ya sospechosa del delantero, pero le permite a uno ir anticipando la final impugnación: aquello que hace el delantero: el testarazo violento, el chutazo inapelable. Darle fuerte a la pelota, vamos. Creo yo, y así empiezo a vislumbrarlo en los prosistas orgánicos del balompié nacional, que lo que está en discusión es la patada. La patada del defensa, obviamente, pero también la patada simple, obtusa, del delantero clásico, del chutador.

El fútbol, afrontémoslo, quiere prescindir de la patada.

Se ha criminalizado a Pepe, atrabiliario central, vive dios, por intentar, sin conseguirlo, la patada brutal de todos los defensas del mundo. La patada fracturante y sonora.

¿Se ha jugado alguna vez al fútbol sin dar patadas? El fútbol la tiene por movimiento fundamental, por idioma primero. Es el paso de baile del futbolista, su plié, su arabesco. El futbolista es futbolista y no ingeniero porque da patadas.

Es la antropormofización, palabro, de la coz del pollino. Es muda, no discursiva y es expeditiva y tiene una terquedad rural que hace que los señoritos finos de Barcelona la vean con desagrado, con todos sus melindres urbanitas.

La alegría juvenil adopta forma de patada.¡quién no le ha dado alguna vez una patada jubilosa a un canto rodado! ¡Quién que no sea árbitro no ha puesto toda su energía y felicidad de chico en ese puntapie! Si aún hoy, adultos, aprovechamos las horas ebrias de la madrugada, cuando nadie nos ve, para liarnos a patadas con todo lo que encontramos.

Dar patadas es una forma de ser y por eso los muchachos discuten sus primeras pendencias a patadas. Cómo si no.

Al ponernos el pantalón corto, cuando no nos ve la novia o la mujer, ensayamos patadas elegantes, inglesas, ante el espejo.

Ay, si yo pudiera resolver las cosas a patadas, acabar ese expediente con una patada o darle una patada a la sandía sugerente del mercadona, redonda, a veces como una nalga, otras como una pelota de reglamento. Si mi ánimo es exclusivamente penetrativo o exclusivamente pateador, si no hay más en mi virilidad española.

No reparamos lo suficiente en que el fútbol es lo que es porque no necesita de la mano prensil, pudiendo ser balón de oro sin pulgares. El humano más animal, el humano más primario, el homínido apenas ya puede patear y es apto para el juego con sólo ser capaz de memorizar la complejidad cabalística del 4-4-2, con su cosa áurea, leonardiana.

Darle al balón con fuerza es aventurarlo y es entablar una relación directa con él, por eso el que patea no mira de reojo, sino que pone mirada de minotauro. Nadie que patee mira al tendido. Patear es enfurecerse.

Ya patean muy pocos. Lo hace el portero irresponsable, que la rifa, lo hace el defensa agobiado, dándole el pelotazo en las narices al peñista de Burgos; se le permite aún al delantero monomaniático y al centrocampista chutador, un poco lince ya, un poco declinante ya con la moda del llegador.

El único ¡oh!de sorpresa del público se escucha tras la patada, lo demás es resabio y cinismo. Sólo el vuelo libre de la pelota genera la expectación infantil de los señores del puro.

La patada es la impulsión que el homínido le da al astro, animal perdido jugando a ordenar el cosmos.

La patada es animal, poco premeditada, enérgica, vital, y aventurera. Es un salto al vacío y el inicio del baile infantil de billy elliot.

Si no se puede patear en el campo de fútbol,¿qué alegría primitiva nos quieren robar?

Hay que recuperar el tono admirativo con el que los niños se refieren al ‘patadón’ en el patio de colegio, como cosa grande, de mozalbete ya, de cierta bravura hormonal.

El lenguaje, más sabio que los hombres, se ha fijado en la patada. Se dice a veces ‘das una patada en Andalucía y te salen cien artistas’ y la patada es ya una forma de interrogación geológica, es un descubrimiento. Parados en el terruño, la emprendemos a patadas y aquél nos da su naturaleza, su tipo humano conseguido. ¡Patada zahorí! ¡Labrar el terreno a patadas!

¿Pero no le damos alguna vez una patada amistosa en el trasero a la persona a la que queremos animar a la acción? ¿No es la patada acción humana y amistosa de propiciación?

Hay que recuperar, hay que luchar por el clasicismo del fúbol, por esos tópicos que nos desesperaban pero que eran la ciencia del deporte y del domingo y que los comentaristas eruditos nos están robando. Hemos de volver incluso a esa definición antifutbolera de los “veintidós tíos en calzoncillos dándole patadas a un balón”. ¡En esa frase había mucho amor al fútbol! De esa definición genial extrajeron las mujeres el único interés posible: la pierna del futbolista, esa pierna de sansón, torneada, musculada como jamás podrá muscular el cachitas desesperado en los gimnasios con luz de carnicería, realizando infinitamente el ejercicio cómico de los gemelos, ese precipicio de un palmo en que los cachitas se juegan el tipo, como suicidas irrisorios. ¿Cómo conseguir esa pierna que atraía a las señoras? ¡Con la patada! Ahora los futbolistas tienen cabeza despejada, de catedrático y hablan idiomas y tienen abdominales, pero no, los futbolistas, como las coristas, lo que tienen que tener es pierna, pierna.



Pensemos, porque creo que no se ha pensado lo suficiente en España, que al dar una patada el objeto pateado emprende un vuelo, una trayectoria, y con esa trayectoria se le está dando razón de ser, hermosa razón poética de ser, propulsión de lucero que tiene todo por esa patada directriz.

Patadas hay pocas. La del delantero, buscando el gol, la del despeje o rifa aérea que lanza el balón al aire, con trayectoria de cohete, bajando desparramado como un fuego de artificio, pero preñado de azar, de misterio, y, finalmente, la patada del defensa, que siempre es la frustración de quien sin poder chutar necesita algo de carne que llevarse a la bota.

Rifarse la pelota, se ha dicho despectivamente… lanzarla enérgicamente a los cielos, suspender el tiempo un instante y verla descender, ya bañada de azar y de misterio, sin dueño libre de nuevo. Ese misterio renovador del juego lo origina la patada.

Dirá Lillo admirablemente que la patada acaba con el contexto (y ya sabemos que el contexto lo es todo en el nuevo fútbol), y que por eso es de un solitarismo venenoso, individualista, insolidaria, hasta triste, pero por lo anterior: ¿no es un fresco reseteo, una búsqueda deliberada del azar? Patada demiurga, patada creadora, como el perdón de todas las pifias de os futbolistas, como la reinserción de todos sus propósitos de tuercebotas.



Los del rugby –que es el deporte de los nuevos liberales españoles, el deporte de la nueva derecha a la que le está robando el fútbol Barcelona, refugio ya de algún madridista, mourinhizado hasta tal extremo- saben todo esto y tienen esa expresión de la “patada a seguir”, porque la ven como una vanguardia y conocen su cariz germinativo, optimista. Por eso los del rugby han sabido darle a la patada la solemnidad debida, y lanzan esos largos penaltis para gigantes que creo que llaman ensayos.

Porque… digo yo, para qué nos ha dado Dios la forma redondeada del empeine, además de para que la luciese Soraya en ese reportaje de erotismo un poco podológico, si no es para que otra redondez similar se le acoplase. Y si habiendo intentado utilizar esa redondez del empeine en todas las múltiples redondeces femeninas, si después de haber intentado los más diversos frotamientos no hubiera sido posible darle a ese empeine un uso erótico convincente, ¿qué puede haber que mejor le venga que la esfericidad de la pelota?

Y seguiría uno así, mucho tiempo, defendiendo la patada de sus civilizados y funerales detractores. Un fútbol sin patadas, piden, y es como pedir un mundo sin puntapiés e imagina uno a ese chiquillo que sale del colegio como de toriles, en volandas la cartera, que ante el bote colorado y propicio de la cocacola, ese que le pone la tarde para entrar en ella, no le pegase el puntapié, no, sino que decidiese, juicioso y definitivamente amansado, darla suavemente al compañero, para iniciar el primer e inacabable rondo de sus vidas.