LÁGRIMAS
Pongo la tele y sale el libro de J. J.
Vázquez y se ve la faja publicitaria con la cara del autor abrazando un perro,
que digo yo que será su perro. Ese perro hay que averiguar cómo se llama porque
es el nuevo Troilo, que era el cánido muso de lametón asonante de Gala. El Troilo
de Jorgeja se pone al lado del autor como se podría poner un primo, porque es
perro humanizado de con la función de humanizar también al escritor, al que el
público tiene por viborón televisivo y ya se sabe, lo dijo Pemán, que el
público es Dios. Jorgeja a mí me cae muy bien, pero ha arruinado un poco el
cuché, y al final toda su revolución ha sido poner de pie, animar el corrillo
televisivo sentado y piernicruzado de María Teresa Campos. Llegó Jorgeja y los
puso a todos a caminar, que el corrillo en realidad es una cosa muy nuestra,
como en el Día de las Fuerzas Armadas, cuando el corrillo se hace importante,
órgano no institucionalizado del Estado, porque España es una monarquía sin
corte, pero con corrillo, y el corrillo un poco el rondo, la organización
política del rondo, el tiquitaca cuando se deja el balón por el politiqueo. El
español juega al fútbol y cuando deja el balón el rondo se disuelve en el
corrillo, corrala de exteriores, corrala que sale de la intimidad, corrala de
lo público. Con su corrillo dramatizado, Jorgeja ha ido acabando con toda la
fauna de cuché descacharrado que elevó el Tómbola, donde empezaban sentados
como en La Clave y acababan subidos a la silla. España ya no está para Tómbolas
y del cuché quedan los figurones de las grandes sagas, los Matamoros del
Sálvame y el puterío televisado de las discotecas, que ha sido un poco la
democratización de la jamona que se trajinaba el rico, de la tronista y el
tronisto para que les veamos a todos la ingle depilada, españolizando la velina
italiana. Esa decadencia del cuché la ha acabado encarnando Paquirrín, que se
ha reproducido para traer otro Rivera al mundo, otro Paco, otro Fran, otro Kiko
-¡llámenle Cesc! ¡Cesc Rivera!- y al saber la noticia, a la Pantoja, que
calentaba banquillo en el Malaya, se le han caído las lágrimas testificales. La
Pantoja lleva años llorando, parece que lleva toda la vida llorando y ahora
lloraba lágrimas de abuela coraje en el circuito cerrado del juzgado, que es
puro telefilme.
Lo peor que se le puede hacer a una
folclórica es sentarla, cuando ella lo que mejor hace es caminar, que hay que
verla entrar al juzgado o al hospital, cómo se gira cuando alguien le suelta
una fresca, cómo pega ese giro y se encara, quieta y terrible, demostrando lo
que de torero más macho tiene toda folclórica. La Pantoja no se puede levantar
a caminar folclóricamente el juzgado, diciéndole al juez su verdad cantada del
Malaya, que sería lo suyo y ahí la tienen, llorando, con las gafas de la
congestión del ojo del eterno planto español, que por eso van siempre ahumadas
de ojo las folclos, porque lloran tela, como llora la Preysler, folclórica
filipina, o llora Rod Stewart, folclórica escocesa.
(LAGACETA,
9-XI-2012)
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