CAPITANES
No debiera importarme mucho porque yo soy
del Levante, pero el artículo que Izaguirre ha dedicado a Sergio Ramos ha
interrumpido la quietud de mi aperitivo. Mientras me iba entonando con cervezas
Sol pensaba –sin querer, pensaba a mi pesar- en el artículo, en su hermosura
analítica y en el propio club, en los derroteros del propio club (¿habrá
palabra más bonita que derroteros? Ciertamente, para el Madrid han sido
derroteros todos estos años). Soy como el Toni Cantó del madridismo y me siento
muy UPYD, muy entre dos aguas, entre el antimadridismo sistémico –ese Diego
Torres, cuya cabecita de apuntador asomaba en el texto de Boris…- y el
maurinhismo, que es un grupo de plastas organizados cibernéticamente y cargado de razones (¡ajenas!) que van inflando con referencias eruditas.
En el artículo se analiza la evolución
estética de Ramos, que empieza acercando su perfil al de Paloma San Basilio con
una perfecta rinoplastia que fue silenciada por la prensa. Sergio Ramos a mí me
parece un cruce entre Hierro y Guti, pero tiene una energía cani que es puro
esteticismo. El Madrid bling bling que soñábamos con Cristiano y Neymar
admitiría también a Ramos. En lo cani hay una energía Versace, una
potencialidad dorada, consumista, hortera, llamativa. Un cani tiene el potencial
estético de un mariquita porque al cani le gustan los trapitos y los
complementos y Ramos ha elaborado una imagen que le permite medirse a Cristiano
en los temibles tocadores del vestuario, donde se miden las fuerzas de reojo,
como las supermodelos en Cibeles, y, a la vez, galactizarse, darse un baño de
oro y modernidad capitalina, algo que desde Guti es una debilidad del
español/canterano. La Galaxia, tan llena de vicios, tan decadente, acabó por
contagiar al español. La oposición Guti/Raúl la reproduce la pareja Ramos/Íker,
pero en Ramos el look no es rebeldía, sino madurez, y tomando las riendas de su
look parece estar mandando un mensaje de responsabilidad:
-Ahora que domino mi look, estoy listo
para la capitanía.
Y en esto estaba pensando, en la
capitanía. ¿Cuáles son las funciones de un capitán? Llevar el brazalete,
entregar el banderín y negociar las primas. Fundamentalmente. Esto último era
el sindicalismo de los futbolistas. Lo del brazalete es portar el estandarte,
como el abanderado, porque el brazalete nunca es sólo el escudo. En muchos
clubes (el Barcelona, sobre todos), el escudo lleva la bandera regional. En el
Madrid, el brazalete es escudo y el conjunto de los Sacrosantos Valores, que se
van definiendo con el tiempo, mayormente por la prensa, claro, aunque esto
carezca de la más mínima importancia. En realidad, la función en el campo,
propiamente deportiva, es llevar el banderín en el momento del sorteo de campo
y, si acaso, ser portavoz cuando hay tangana o tángana. Vamos, ser el juicioso
cuando se reparten las tortas.
En un club en el que el presidente cambia
cada cuatro años y el entrenador es milagro (y escándalo) que llegue a los
tres, estar quince años es alcanzar un grado de inmutabilidad que ni Ceaucescu.
La frase “Fulano es una institución” en el Madrid adquiere un valor pleno. Los
capitanes de hoy son herederos de Las Trillizas y luego de los capitanes del
núcleo de Carvajal, del Carvajalismo. Las trillizas eran un poder fáctico que, al
contrario de lo que sucede ahora, entró en colisión con los intereses
periodísticos de Supergarcía. Tras La Quinta, llega un período de vacilación
hasta que con el Madrid rutilante de la Galaxia se conforma una capitanía
clara, un, digamos, Estado Mayor del vestuario donde mandan (y cómo mandan)
Hierro, Michel Salgado y Raúl. Esto acaba en el Motín del Txistu y en esa noche
de Mónaco en que se trató de impedir el traspaso de Morientes, que era,
imposible olvidarlo, de Sonseca. Los carvajales tenían mucha mano en el club,
compartían representante y se llevaban bien con la prensa. De hecho, en esta
época nace una alianza entre capitanes y prensa que se explica por los
intereses creados, pero también por la necesidad que tienen los primeros -entre
la interjección y el monosílabo- de una portavocía. Recordemos a Hierro. Hierro
era incapaz de logro expresivo que no fuera sacar a pasear su dedo índice de ET
y fruncir el ceño como aquejado de una cefalea expresiva.
Los Carvajales se reproducen ahora con Los
Capitanes de La Roja. En la apelación patética a lo-de-aquí, como una
denominación de origen; en la españolidad blanda, nada Camachil, pero refundada
en los méritos de La Roja; en la apuesta velada por un estilo de juego
típicamente español, el inmortal tiquitaca, y en detalles absurdos como ponerse
firmes en el himno mirando al cielo, afectando un amor a España infinito, más
allá de la bóveda celeste.
La afición ama a los canteranos, entiende
el amor como la esperanza schopenhaueriana (¡mourinhismo!)en la próxima
generación y les concede el aplauso filial. Adora a los veteranos como a
instituciones (paradójico el respeto a estas instituciones en el país del
cuestionamiento de toda institución) y apenas reserva para los que vienen y
van, los “mercenarios”, eso, precisamente eso: un amor mercenario.
Circunstancial, rápido, venéreo.
El viejo Madrid, que al final hemos
acabado comprendiendo como algo personal, como el delirio creador o la
genialidad de una personalidad (Santiago Bernabéu), estableció una regla: nadie
con más de treinta años podía aspirar a nada más que una renovación anual. En
los tiempos de Calderón, horribles años, se instituyó, precisamente para honrar
a los capitanes, la figura del contrato vitalicio. Mucho más que la
funcionarización del Madrid (¡Arbeloa!), mucho más: la perpetuidad. La
perpetuidad de Raúl, que se retiró, como el otro, en su cama de hipoxia donde
dormía criogenizándose cada noche como un Walt Disney puñetero.
Con un contrato vitalicio, el único
problema era seguir vivo y tener un Manolo Lama para contarlo.
Capitanes sin intrepidez. Primero fueron
ellos, luego la ingratitud. Siendo como yo soy del Levante, nada me puede
importar ya, aunque aún conserve el viejo amor de amigo y en ocasiones lamente
mi propia lucidez, la que me hace recordar eso de Flaubert (¡más mourinhismo!) que
tan bien le queda a los canteranos: lo peor del presente es el futuro.
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