GRUPO
SALVAJE
Con
la televisión de pago el fútbol ha acabado exiliado al bar, de fondo como otra
tragaperras o una ración de callos. La narración exagerada de la radio
sustituida por el locutor televisivo, que tiene la genialidad de estar hablando
sobre lo obvio durante horas, un locutor de evidencias: el perro ladra, el
árbol tiene ramas, el cielo es azul… De esta obviedad nace una lucidez rara,
como de mirar mucho la misma cosa. El caso es que lo del fútbol, que alguna vez
fue hermoso y bello e infantil ha pasado
a ser tristeza de bar en que suceden cosas raras: los goleadores tienen que
pedir perdón, el primer equipo ha de adaptarse a los filiales y los rivales se
tratan con el dulce reconocimiento del después, de las viejas glorias (¿Qué
amistad van a dejar Íker y Xavi para cuando sean veteranos?) Si uno es
madridista la cosa es peor, porque se ha construido una imagen pública en la
que el madridista vota a Cascos o es banderillero o tiene un tío general del
ejército o viste de Montepicaza.
De
todo eso nos salva el librito de Jabois, que para hablar de fútbol se ha tenido
que hacer un poco niño, con la pasión herida y titubeante que es el madridismo desde
Tenerife.
Jabois
es un columnista estelar al que se relaciona siempre con Camba, quizás por lo
de ser gallego, pero también por la paradoja. Jabois, que lleva más de una
década escribiendo, ha pasado del tono de autodeprecación al feliz método de la
paradoja, que se dice siempre muy inglés, pero que también es español por el
lado de la picaresca. En toda picaresca hay un traspiés de paradoja.
El
columnista normal coge un hecho y lo mete en el túnel de lavado de la opinión y
lo encera de tópicos. Jabois lo coge y lo mira, lo tira al aire, le da la
vuelta, lo cocina, le da un martillazo y el hecho, por ese método de
observación, generosamente le destila su zumo de humor, paradoja y españolidad.
La
paradoja mecánica de la madre dándole la vuelta al calcetín.
Como
esos extraterrestres de las pelís que se adueñan del aspecto del terrícola,
Jabois se quedó a Camba y de Espada coge la virtud del desconcierto y cierta
pulcritud objetivista.
Es
uno de los grandes humoristas de la actualidad y a su escribir ligero, con la
afectación de la ligereza (porque el estilo en realidad es prisa y pobreza), le
nace a veces una melancolía abierta, luminosa y muy gallega (ya sería
acojonante que le saliera una melancolía riojana). Cuando escribe así su
escritura se eriza, se hace cursiva, no de cursi, sino de relieve, forma e
inclinación (la cursiva, letra erizada de sentimiento elegante). Jabois se ha
trabajado la red y es uno de los pioneros de sus posibilidades y, de algún
modo, la belleza tipográfica que consiguen algunos de sus textos supone el
inicio de la independencia y el prestigio estético de lo digital. Y aunque es
un escritor de papel y en el papel seguirá, con él se empieza a superar su
nostalgia hacia un orden de belleza digital. Como si eso que está escrito en la
pantalla ya no pudiera leerse en ningún otro sitio.
(LAGACETA, 2-XI-2012)
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