SYLVIA KRISTEL
Entonces no lo sabíamos, pero las películas de Sylvia
Kristel o mejor, la película, la inmortal y malísima Emmanuelle, con el tiempo no
iba a ser erotismo sino simplemente amor. Como cuando vemos algunos de los
bodrios de Tinto Brass, en el erotismo setentero, falsamente feminista, nos
sorprende la dócil estilización de la mujer y la ordenada voluntad de reducir el
donjuanismo masculino. No muchas, sino una mujer; no varias historias, sino un aprendizaje
de la carne, de la canne. Sexo en biografía. Luego llegaría la atomización
absoluta hasta el mosaico demencial del porno, cada tesela una parafilia. Pero
eso… eso era tontería rijosa al servicio de la pareja de siempre y muchos
señores, con aperturismo sensual y el peor esteticismo, se compraban un sillón
de mimbre y en sus vacaciones en la playa le hacían a la mujer cortarse el pelo
y marcarse un Emmanuelle.
En realidad, era una musa ideal y marañónica que
se sobreponía con su raro talento y su belleza elegante, potencial y suave a
todas los estilismos del director –esa música de tórrida boite que le ponían…-.
Con esa mezcla de exotismo, perversión de estilo
y jugueteo de vestuario, de dama aburrida, de colonialismo putañero con mucha
perla y mucho mimbre nuestros padres descubrieron el voyeurismo, que fue la
nueva frustración en la sed insuperable del sexo.
Yo veía la película sacándola de un cajón
propicio, secreto y así, a escondidas y de noche, como un nocturno romántico y
trepidante, iba descubriendo en ella las posibilidades del cuerpo. Y la veía en
silencio, para no despertar a nadie, de modo que conserva para mí la sagrada
estampación del cine mudo.
Emmanuelle era joven, garçon, nada voluptuosa y con ella se jugaba a corromper su
inocencia blanca, alabastro y rosa, con un surtido de peripecias que ella
acababa dominando. La maravilla de Sylvia, lo que podemos recordar de ella, era
la alternancia de la niña/mujer, señora/puta y, sobre todos esos tópicos, una
cualidad acariciadora, tierna, a punto de hacerse, pletórica y turbadora,
porque ¿dónde se encuentra esa turbación suya que parecía siempre la de la
primera caricia?
Sylvia en ese film tenía mucho de rosa
abriéndose, de lirio que querían romper y de naturaleza imponiéndose a toda
posible civilización. Había algo de desagradable pigmalión en el director, pero
ella, dejándose, sabía más e iba más lejos.
Ella era sobre todo el rubor. Rubor vencido.
Murió ayer tras años de cáncer y penurias mil,
con una biografía de telefilme y la extraña condición de ser una estrella de
cine holandesa.
Oti Rodríguez Marchante ha señalado que además y
para colmo era culé, cosa que ya sospechamos cuando el Barcelona fichó a
Emmanuelle Amunike, que sonaba a Emmannuelle negra o a episodio interracial.
Sylvia fumaba como un carretero Celtas sin
boquilla. De hecho, su film también puede ser visto como un memorable homenaje al
cigarrillo.
Sufrió, se estrelló en América y le dio a la
coca. Fue un estrellón desfigurado y, al final, es la
arqueología de nuestro erotismo.
(LAGACETA, 19-10-2012)
Esto es intelectualizar la paja. Los vhs que se pasaban, pegajosos, de mano en mano ahora son el séptimo arte. Pronto Rocco Sifredi será reivindicado como un visionario.
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