SÁNCHEZ GORDILLO
Con su alegre combinación de
palestina y cuadros, Sánchez Gordillo parece un modelo contrahecho de Missoni.
Él es el auténtico descamisao y en su pecho entreabierto Emilia Landaluce ha
querido ver (y la verdad, hace falta quererlo ver) “un eucalipto de cuerpo
nudoso”. Aunque a veces parece el Risitas de Jesús Quintero, en otras evoca el
campesino juanramoniano, seco y escueto, que andaba mudo en el expediente de las
peonadas. Esa autenticidad de tipo dota a sus palabras, en labios de otros pura
demagogia descacharrada, de cierta vibración y libera a la izquierda de su
portavocía de niños pera. A Jaén fue a verlo Willy Toledo, por ejemplo, pero
fue sin barba, pues ya no cabía otra barba que la barba decimonónica,
tolstoiana y crespa de Sánchez Gordillo. Aunque tiene el talento performativo
de un pussy riot español, en sus palabras de maestro de escuela suena el eco de
un pedagogismo pedestre y antiguo y el sonido de la cuerda lírica del pobre
que, abandonado por la oficialidad al malthusianismo velado del ajuste, conmueve
mucho al español. Sánchez Gordillo tiene la obsesión social de los mil
doscientos euros, de encontrar el dinero paradisíaco (nuevo oro de Moscú) y
repartirlo. Los tertulianos le hablan con paternalismo, como si viniera de las
Hurdes y en la liga que empieza la duda está en si acabará en el palco del
Bernabéu, que lo acaba sistematizando todo.
(LAGACETA,
21-VIII-2012)
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