EL BIGOTE, EL BAILE, LA
ALEGRÍA
(A Salmonetes, donde
las negritas son pájaros y braman los toros su propia decadencia, con amistad)
En la ida de la supercopa
Mourinho y Tito se saludaron, pero fue el ratito que Mou echó con el observer,
el señor del bigote, lo que cambió las cosas, porque si el dedo en el ojo con
señor mirando era imagen, sello, Mou con el observer era como ver al del fondo
de las Meninas del brazo de una de ellas. Desestructurado el cuadro, todos eran
libres. Esa es la genialidad de Mou, aunque quizás pulsaba lo nietzscheano del
bigotudo observador, que ya dijo Eduardo Mendoza hace unos días que el bigote
es una cosa muy seria y muy nietzscheana, abominando del bigote rampante
daliniano. ¿El bigote prusiano nuevamente en boga, mostachudo y erecto, no
sería la cuadratura del círculo? ¡Qué pesadumbre de doble ceño ese bigote
filosófico! Al final, la seriedad
programática del bigote aznarí o de la gauche diví nos deja solos ante la
finura alabeada del bigote epicúreo que solo dibuja la línea de los labios. El
hombre de bigote fino es siempre sospechoso y no se entiende el capricho que
puede haber en un bigote de estambre, su libertad de gato y el éxtasis zumbado
de mosca y sol. Como unos buscan a Nietzsche en Mourinho, otros lo han visto en
bailarines y si Camba decía que el español es el que quedaba parado ante la
farola, Gene Kelly, que ahora sería
centenario, muslo grácil, la agarraba eufórico y dionisíaco saliendo de su
límite ciudadano. Si lo nietzscheano en Gene Kelly encierra cierto vandalismo –la música, dueña de la alegría y la alegría
una libertad incesante- y parece mourinhista ¿qué pensará Tito Vilanova, párpado
herido de pierrot, que imaginado en mallas parece un Barishnikov desangelado?
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