TODOS LOS ROSTROS EL
ROSTRO
Hace unos días, Gema
Ruiz, inevitablemente conocida para los restos como la ex de Cascos, chica
rubia y provincial que nos enamorara tan joven del brazo del ministro, se casó
de nuevo. La ceremonia fue también la presentación de su nuevo rostro. Al
parecer, Doña Gema ha pasado por el cirujano plástico, cosa en absoluta
excepcional, pero su faz, novísima, sí tiene rasgos que merecen ser comentados.
Con la debidas reservas, claro, porque en la prensa un experto comentaba que se
trataba aún de un “rostro sin asentar”, es decir, sin conformar del todo, como
pendiente de salir sus definitivas facciones de la bruma quirúrgica. Eso nos
lleva inevitablemente a ese momento, tan de culebrón, en que la mujer que ha
sufrido un accidente se empieza a quitar el vendaje para descubrir, como una
Blancanieves sin inocencia, su nuevo careto de mujer fatal.
Las mujeres que se
aplican retoques tienen cierto histerismo en la risa y una esponjosidad
contradictoria en los pómulos tensos. El bótox y el quirófano han hecho
estallar los pómulos, como el hueso secreto de la belleza femenina. Tienen poca
expresión y una congelación fatal en el rictus. No es el rigor mortis, pero
quizás sea el rigor distinto de una belleza perseguida y artificial.
Y aunque no sabemos ya
dónde acaba el fotosop y dónde empieza el bótox, el nuevo rostro de Gema Ruiz
es una mezcla perfecta de los rostros de Lara Dibildos, Paula Vázquez, con
(cito ahora a una redactora estupenda del sálvame, cuyo nombre no sé) la cosa
pizpireta y pija de Carla Goyanes.
Y esa mezcla aún no
conseguida de rostros hemos de empezar a verla como un logro, como una mejora
de lo femenino. Lo femenino antes era una mujer frente al tiempo, pero ahora,
cuando el esposo mire a su esposa, lo estará teniendo todo: a la antigua Gema,
a la Gema de siempre, reconocible aún en algunos gestos en la estructura ósea,
en la mirada; la boca salvaje de Paula, con la misma melena de acentos
sexuales; la delicadeza de nariz y el perfil de princesa de la Dibildos y la
simetría de moneda, de niña goyesca de la Goyanes. Se sacrifica la naturalidad
por la simetría, siguiendo una regla antigua y se consiguen muchas mujeres en
una, como todas las Venus de la mitología. La Venus pandemica (¡Oh, Paula
Vázquez!) y la Venus Celeste de la niña Goyanes. Y saliendo de ellas, el amor
tierno de la Gema Ruiz de siempre, aunque aún rechine de fondo en esa cara las
caras de Latoya o de Paloma San Basilio, pioneras y Evas de esta nueva mujer.
Yo, como hombre voluble,
donjuanesco, caprichoso y tornadizo, aplaudo esta consecución del ideal de
todas las mujeres en un rostro, de muchas mujeres en los visajes de un único
rostro.
Para saber de amor ya no
será necesario haber estado con cuatrocientos cuerpos en cuatrocientas noches
diferentes. Bastará una cara operada, en la que rían, parpadeen y ardan muchos
rostros saliendo del rostro inicial de la mujer amada.
El don quirúrgico es el
de la variedad que esa máscara de la femineidad de siglos le pone a la mujer.
(LAGACETA, 15-VII-12)
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