REAL VALLADOLID, 2; REAL MADRID, 3. MI VERDAD MANUCHA.
El Madrid visitaba el estadio de la pulmonía, que es lo
que siempre se dice cuando se viaja a Pucela. Es un frío indudable, pero
también un frío retórico. De Valladolid, como no se sabe lo que decir, se dice
que hace frío. Este año, sin embargo, había algo más, porque estaba Manucho, el
delantero Manucho, que recuerda lejanamente a Balboa, ese canterano exótico,
negrísimo, trenzado, muy Milli Vanilli. El delantero Manucho es un nueve
temible que lo remata todo en las dos áreas y juega con una altivez principesca
y un arrojo previo al fútbol, previo al deporte mismo.
Mou comparecía semiembozado, aunque para disgusto de sus
detractores sistemáticos aún se le veían los ojillos. Djukic, sin embargo, se
quitaba el abrigo y se quedaba en suéter de pico. Presentaba así su candidatura
a entrenador de moda porque desde Pep no se es nadie en el fútbol si no se
luce perfectamente el suéter de pico, que es una dificultad mayúscula para el
hombre elegante.
A balón parado y a través del temible delantero Manucho
llegaron los goles pucelanos. Íker pudo hacer más, dirán sus críticos, y quizás
acierten. Íker ha sido siempre un genio de la cal, de la postrimería (la cal
del cementerio) de la raya blanqueada y ante el dilema de mejorar su salida o
no salir parece que eligió lo segundo o que como pasa siempre, y hay que
comprenderlo, sobre el ser humano, pasados unos años, se aposenta el
conservadurismo que huye la aventura. ¿Debió salir a por las uvas improbables
que le pugnaba el delantero Manucho, de pómulo perfecto y trenza funky o fiarlo
todo a su reflejo? Era Manucho, potencia zulú, contra el felino de Móstoles en
el pasto helado y castellano.
La afición vallisoletana, contenta, agitaba las bufandas,
algo que a estas alturas de año tiene su mérito.
Mourinho colocó de lateral izquierdo a Nacho, que es
apenas voluntarioso. Es rápido y juega muy concentrado. Es el tipo de jugador
que recupera la posición muy circuspecto y que a medida que el partido avanza
adquiere semblante de estudiante encerrado en una biblioteca. Nacho es ligero y
hermoso, sí, y versátil, también, pero… el espíritu canterano está encerrado en
Callejón, que es el Eto’o de Mourinho y ha acabado hoy de lateral. Intenta
vaselinas con la tibia y se ha descarado en la diagonal, saliendo del
encarrilamiento primero. Babieca que fuera de Mou, rocín sin enjaezar apenas,
se ha convertido en una proyección del portugués y en un jugador completo y
peluduro.
El Madrid empataba por dos veces con excelente actuación
de Özil. Este jugador es tan misterioso como misteriosa resulta la
pronunciación de su nombre y parece que mientras esté en Madrid nunca se
aclarará ninguna de las dos cosas. El techo de su fútbol es el de un Balón de
Oro, pero el problema es la constancia de su chorro. Tobillo carioca,
orientalismo, zurda cristalina, diagonales por pasillos imprevistos que sólo ve
él, la claridad del pase, la visión (compeljidad de ojo lo permite) amplia, de
ángulos que parecen ojivales y una zurda, un zurdismo absoluto, completo, de
ese estilo que al que primero descoloca a es a él mismo, que en tantas jugadas
parece que se tiene que rectificar.
Si Cristiano Ronaldo fuese zurdo se le querría más, pero
es diestro, y eso es imperdonable. LA previsibilidad de su fútbol recto lo hace
parecer contumaz, insistente, moralmente determinado. Eso molesta, claro. En
los zurdos hay algo divino.
Özil podría haber iniciado hoy algo nuevo en su carrera,
el punto de inflexión, pero no, es un ramalazo más, una buena racha de forma.
¿Acaso no es diciembre el mes favorito de los fumadores?
Tan bien lo hizo, tan bien jugó, que a Sarabia le salían
exclamaciones y reverb, como si la cabina de comentarista fuera también posible
cabina de dj.
La segunda parte, lejos Manucho de la cal casillesca, era
un único argumento: el Madrid arrojándose a por el gol y Mou quitándose ropajes
tácticos, como en un estriptís desesperado. Cómo no sería que acabó con dos
defensas. Entre eso y su manía última de jugar con canteranos, se nos empieza a
parecer al ideal de sus detractores. Si es que, ay, ellos tuvieran la capacidad
para el Ideal.
Pasar por aquí y no mojar los dedos en la pila de la columna es pecado gordo. Santígüome, Hughes.
ResponderEliminarSoberbio, que facilidad de palabra.
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