MANCHESTER CITY, 1; REAL MADRID, 1. MI VERDAD GALLAGHER
En el túnel de vestuarios los del City mascaban chicle y
ponían cara de estar a punto de follar mientras Íker sacaba su flema de hombre
tranquilo y poco dado a solemnidades. Eso es lo que más me gusta de él, cuando
sale al campo con la cara del fontanero que sube al quinto b a desatascar un
inodoro. Luego, durante el partido, tuvo oportunidad de hacer una de sus
paradas abre telediarios. Él vuela, emprende un vuelo palomitero, pero al
contrario de la palomita de Buyo, que era palomita con el balón y desde el
balón, su vuelo es libre: la jugada sigue su curso, pero Íker ya está volando
como Superlópez y en su vuelo se encuentra cosas, como chatarra espacial. Hoy
encontró un balón de Agüero que le dio en la costilla, como si el balón tuviera
que tocar su herida para que todos aceptaran su santidad milagrera. Íker no es
Buffon, no lo ha sido nunca, pero tiene algo providencial, baraca providencial.
Sus paradas se producen sobre la línea de gol con mucho funambulismo.
Enfrente estaba el segundo fracaso europeo del City, que
tiene un equipazo impresionante, pero un entrenador pinturero que no saca las
manos de los bolsillos. Empieza el once con Hart y Kompany, que son dos
bigardos de cuidado, se abre con Kolarov y Maicon, un Manuel Pablo en bestia, y
en el centro se ancla a Touré para hervir luego en un juego pequeño, bajito,
globular, cabezón con los Silva, NAsri y Kun. El Kun tiene piernas de bailar
mucho reggaetón, de perreo ñeta y de montar tigres, panteras, y muchos animales
cimarrones porque al Kun se le tiene que cimarronear todo, como si bajo ese
puente de piernas todo fuera río que se embraveciera.
Su estadio no me pareció impresionante o quizás sea que
se generaliza lo de Chamartín. Siempre se ha dicho que el fútbol sublimaba los ardores
belicosos del europeo. Ahora es como si el propio fútbol hubiera reprimido su
emotividad, civilizándose, verbalizándose. Un proceso que empieza por la erradicación
de la violencia, sigue con la eliminación de la simbología política y acaba con
un alisamiento de lo agreste que pudiera tener el juego. Y este fútbol
civilizado nos lleva a preguntarnos qué estará encerrando, reprimido, nuestro
antiguo ardor guerrero, si es que alguno quedara.
Porque ni siquiera ese árbitro con ojillos de Savonarola,
el italiano que se inventó el penalti y tuvo la ocurrencia de negarle a su juez
de línea un fuera de juego –la cara del juez de línea era un poema: ser linier,
levantar el banderín y ser desautorizado- nos llegó a encrespar y asistimos
divertidos al instante final en que el cuarto árbitro señalaba los minutos de
descuento sin saberse observado por Mourinho. Todos en vilo esperábamos su gesto. Era otra vez su talento para acaparar la atención, hacerse
jugada, incidencia, como si dominase no sólo el juego, sino parte de la
retransmisión. Porque normalmente estas cosas se repiten después, pero a Mou se
le buscaba el gesto en puro directo. Con esas cejas recortadas de lehendakari
que se le están quedando…
Al Madrid hoy el partido le salió también cimarrón,
porque todo es cimarrón ahora en nuestras vidas, toda rebeldía o imprevisto o
desacato ya es cimarrón y el balón que
coge demasiada rosca es balón cimarrón y el amor desleal es amor cimarrón
también. Y comenzó el partido muy solvente con el 4-3-3, pero Modric tiene la burbuja
leve y efecto de gaseosa antigua, de gaseosa La Revoltosa y el 4-3-3, que es el
europeísmo del Madrid, se le fue desdibujando en la segunda parte hasta
desaparecer. Hasta entonces, el partido había sido varias tomas fallidas de la
misma escena: Kedhira entrando muy resuelto en una habitación, pero
equivocándose con la frase. El gol de la sentencia no llegaba y es que los
contragolpes, para salir bien, tienen que ser tan rápidos e inadvertidos que
sorprendan primero al que los ejecuta. El delantero cuanto menos tenga que
pensar mejor. EL buen delantero tiene la jugada pensada, el movimiento hecho y
el contragolpe de mucho horizonte le coloca en una impropia situación de centrocampista.
Elegir es malo para el delantero, que por eso ejecuta.
En las dos o tres veces en que el Madrid atacó, el
locutor dijo que “crecía”. A eso me refiero: a la sustitución de la palabra
ataque por crecimiento, cargando el juego de connotaciones progresistas.
Mirando el plus (tantos años así, mirando el plus…) pensaba
en la reciente entrevista a Biriukov en Jotdown. En la estupidez del juego, en
la pérdida de sentido histórico de las cosas más tontas. En la definición del
Madrid como un club “de agobio” y si no será ese fin del mundo de cada
temporada, su desorden institucionalizado, lo que al Madrid le puede dar la
vibración necesaria.
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