TRASTABILLEO
El Rey recibió ayer a Soledad Becerril, Defensora del Pueblo, y al ir a entrar al despacho, como ella no quiso hacerlo primero, vacilaron ambos y se amagaron cortésmente, como si fueran Özil fintando a Mascherano. Se produjo así un curioso trastabilleo, que se demoró más de lo normal porque no sólo era la duda de la cortesía, también la del protocolo. Y lo que pasó fue que Doña Soledad, creyéndose protocolaria, se fue a la Zarzuela sin saberse el protocolo, que consiste precisamente en que el Rey lo rompa. Quedándose la Defensora del Pueblo quietísima y muy súbdita, como si hubiera visto tres episodios de Juego de Tronos la noche anterior, parecía estar recordándole al propio Monarca su prioridad, pero Don Juan Carlos, seguro de su propia modernidad, insistía. No imponerse hubiera sido como el tartamudeo vacilante de Colin Firth. Al final, entró primero la Defensora del brazo gentil del Monarca y fueron dos órganos del estado graciosamente prendidos, como si fueran a un baile de la rosa monegasco. Duda considerada de lo no ejecutivo, ternura de protocolo renovado. El rey entró detrás de la Defensora del Pueblo, pero la Ombudsman lo hizo de su brazo elegante, como en el vals suave de un Estado muriente de novela.
(LAGACETA, 31-VII-12)
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