EL SÉPTIMO DE RAFA
Rafa Nadal ha ganado su séptimo Roland Garros, siendo un verdadero detalle de humildad que en ninguna de las siete ceremonias haya pronunciado Roland Garros como lo pronunciaría Juan Adriansens. Con este triunfo, nos ha obligado a todos a ir a la wikipedia para buscar lo de heptacampeón y además ha superado a Björn Borg, que definitivamente pasa al olvido pop donde poco a poco se le irá confundiendo con uno de los de ABBA.
Tras la victoria y coincidiendo como ha coincidido con el rescate bancario, en las cláusulas del mismo debiera fijarse que los bancos españoles tuvieran terminantemente prohibido buscar a Rafa para sus anuncios, porque él es demasiado bueno para ellos y para los políticos, que lo utilizan recurrentemente como si se tratara de una parábola bíblica. Rafa es demasiado bueno hasta para nosotros.
¿Quién ganaría en una partida hipotética entre el mar y Rafa desde el fondo de una playa de arena batida? Nadal parece invocar algún mito que los griegos no pudieron acuñar. Rafa parece una máquina mitológica, como si algún dios golferas hubiera tenido una noche loca en Mallorca y se le hubiera castigado con una eternidad de raquetazos. Rafa tendría un origen mitológico y los Nadal serían su familia adoptiva.
Rafa tiene una dimensión física, que es su brazo, que viene a ser lo mismo que el muslo de Cristiano. Para vencer a Djokovic ha tenido que llegar a instantes de agresividad que casi desarman su imagen de dulzura. En las instantáneas de sus golpes parece un luchador de pressing catch, fibrado y demente como la peña de mi gimnasio.
Pero Rafa es ante todo una cabeza distinta. El otro día un taxista –a los taxistas les obsesiona Rafa porque en el taxi se suda como en Roland Garros- empezó a hablarme de él:
-Toda la vida con la misma novia, ¡qué cojones tiene ese muchacho!
Cualquiera de nosotros hubiera cambiado, todos seríamos un poco Feliciano. Es más, ¿quién de nosotros resistiría sin subir a la red? ¿Cómo lograr esa agresividad reticente de su juego? Rafa no sube a la red ni aunque le tiren mil duros, pero es que no se despista nunca. Yo no puedo ver sus partidos porque antes del primer set ya estoy de los nervios, moviendo el pie como Belén Esteban cuando le mencionan a la Campanario. En lo que dura un punto yo he mandado dos sms y me he metido tres veces en twitter.
Rafa tiene una concentración de opositor a notarías del XIX y la única manera de acabar con su hegemonía sería regalarle un iphone. Ese equilibrio psicológico quizá descanse en su tic de pellizcarse ligeramente los gayumbos. Muchos han querido corregirlo, pero si dejase de hacerlo ¿acaso no se desmoronaría su concentración prodigiosa?
Uno se queda de piedra pómez cuando lee sus entrevistas y descubre que lo que más le gusta hacer cuando deja el tenis es pescar. Tras mantener el pensamiento en suspenso durante meses –la conciencia de Rafa es como una geisha-, sentarse ante el mar escuchando el rumor de las olas, como si estudiara el rival perfecto y la forma de forzarle un error.
(Publicado en LAGACETA el 12-VI-12)
La pesca es, antes que nada, libertad. Caminar kilómetros y kilómetros en busca de truchas, beber agua de las fuentes, estar a solas y libre al menos durante una hora, unos días, o hasta semanas y meses. Liberado de la televisión, de los periódicos, de la radio y la civilización.
ResponderEliminarCómo llegué a conocer a los peces, Ota Pavel
Enhorabuena por sus artículos.