ATHLETIC,0-REAL
MADRID, 3. MI VERDAD (Y UN ALIRÓN)
-El Madrid es
justo campeón, pero se han escondido cosas detrás de nuestro silencio.
Estas declaraciones,
en frío, en el momento reglamentario de la felicitación dejan muy difícil la
tarea de defender a Guardiola en el madridismo, de matizar una rivalidad. Se
siente uno como iniciando otra imposible Operación Roca.
Guardiola, al hablar
así, no parece un deportista derrotado (nada más noble), sino un tiranuelo que
no hubiera conocido otra cosa que el poder (el fútbol, para él, sólo ha sido
poder) y se viera obligado a marcharse, entre personalismos, rencores y casi,
casi maldiciones.
En cuanto al juego,
un alirón es otra cosa y no apetece comentar mucho el partido. El Madrid, de
dulce, firme, en un campo que se le viene dando bien, donde deja siempre una
estampa de solidez y modernidad táctica –no sé la razón, más propiamente allí
que en Chamartín-, dejó pronto claro que el título se cantaba en día laborable.
El ataque del Madrid
era el proyectil de juegos artificiales, un cohete subiendo y desparramándose
en cuatro direcciones.
Cristiano falló un
penalti, traumatizado por Neuer, porque aunque se conociera la habitual
orientación de sus penaltis, él ha conseguido dibujar a todos su trayectoria y
empequeñecerle la portería.
Cristiano salía
repeinado y sabíamos que acabaría en bronca, porque Cristiano cuando sale así
es para desmelenarse y que le salgan los remolinos de diablo.
A su lado, Callejón,
mimetizado en su peinado y en sus diagonales obedientes.
El Pipa, que es
cantante de alirones, marcó con un golazo personal, directo, con su puñetazo
arriba, él, que fue el protagonista de esos alirones solitarios de hace años.
A Özil un locutor le
llamaba “estrasen futboler”. Otro locutor mezclaba la lírica de Tontxu con el
fútbol, asegurando que el entrenador “mezclaba sus fichas con las del otro
equipo”. Mientras, el sonido ambiental era una ráfaga popular de señorío:
-¡Así te mueras,
hijoputa!
Cristiano pudo
marcar más goles para su pichichi, pero falló y el público la tomó con él. Respondió
con gestos y en el pitido final Javi Martínez decidió que no era el momento de
felicitar, sino de recriminar. El estadio, antes, había insultado a Ronaldo por
chutar fuerte y hacer daño a un jugador de la barrera, en algo que puede resumir
mejor que nada lo que han sido estos meses. Para evitar la pitada, Cristiano
debió haber corrido como una chica de la cruz roja a interesarse por la pupa
del rival, pero sólo observó, sin afectación ni exageración.
Al final, en el
campo, unos cuantos madridistas en San Mamés –rara flor, la blanca, en ese
prado- celebraron con los jugadores una liga, que siempre es algo contra todos
y por tanro algo un poco paranoico. Mourinho evitó hablar para la televisión,
porque no abrazamos al enemigo el día en que celebramos nada. Los jugadores le
mantearon y él hizo lo que nunca vimos hacer a nadie: revolverse con un
puñetazo al aire. En lo más alto del zarandeo, Mourinho daba medio volatín puño
en alto, como impulsándose más, como queriendo subir aún más alto,
reivindicándose más. Capello, que fue lo más mourinhista que habíamos tenido antes
de Mou, declinaba el manteo y se sonrojaba, pero Mou no, Mou respondía al
manteo con un puñetazo al aire, con un revolverse rebelde contra todo.
-Más alto.
Otro gesto más para
el enamoramiento mourinhista de la singularidad.
Esta liga me
recuerda a la número 26, la del 1994, aquella en que el primer Raúl, Laudrup,
Redondo y compañía, entrenados por Valdano, consiguieron acabar con la
culecracia cruyffista y los traumas de Tenerife. Duró poco. Meses después no
seguían ni Valdano ni Mendoza. En veinticuatro años hubo dos ligas con Capello,
dos con Del Bosque –años felices de florentinismo y galaxia- y una de Schuster.
Pocas para un cuarto de siglo. Aventuras de aliento corto, gestas de pocos
meses, estertores de un club que agonizaba. Rompe este alirón un ciclo insoportable
y la estructura de la entidad y la capacitación de su entrenador hacen pensar
en la continuidad, que más que la del balón importa esa en nuestro club: la
continuidad del esfuerzo, el orden y la dignidad.
Uno aún sigue
extrayendo lecciones de los triunfos madridistas. Con unos años menos, o en
otro día, ahora estaría en la pequeña Cibeles –todas son pequeñas, todas se le
parecen-, gritando en la euforia del triunfo. Ultra, afónico, casi pendenciero,
reivindicando un ideal absurdo y compartido.
Es la primera liga
de Mou y la primera liga en el muslo de Cristiano. Mañana ese muslo escalará la
Cibeles, que igual hasta reacciona. La Diosa está quieta, pero no es tonta.
Hala Madrid siempre.
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