EL ESTRANGULAMIENTO (Publicado en LAGACETA el 16-III-12)
Juncker, que tiene nombre de ariete del Bayern
Munich, pero sólo es ariete de la Merkel, la cancillera con mundo interior de
personaje de Virginia Woolf, agarró del cuello a nuestro ministro, que le
miraba con cierto aire de altivez, contraviniendo el instinto natural de
colaborar con la mímica del otro poniendo cara de ahorcado, sacando incluso la
lengua. Ahí se le vió el carácter a De Guindos.
Rubalcaba ya había estrangulado a Rosa Díez, que es
una madonna de cuello largo con algo de fémina alongada de Modigliani, con
cuello que pide a gritos un estrangulamiento.
Decía Marañón que el gesto del político conectaba
con el factor antropoide del español y estos políticos que ahora se saludan
como si fueran Toni Curtis en el estrangulador de Boston nos están hablando con
la cosa simbólica, mímica del gesto.
Si Sócrates estranguló lo dionisiaco imponiéndole el
orden lógica, Alemania está estrangulando nuestra fiscalidad dionisiaca,
nuestra fiscalidad desatada, báquica y cachondona.
¿Habría estrangulado Juncker a la Salgado? Es
dudoso, porque le habrían tomado por el asesino de rubias de aquella película
de Hitchcock, por un estrangulador erótico, de modo que cuando Zapatero colocó
a una ministra rubia estaba siendo consciente de que con ello blindaba el
ajuste, pues una rubia no puede ser estrangulada de forma simbólica, sino de
forma puramente real.
Cuando Juncker nos estrangula está simbolizando la
estrategia económica imperante, que es la asfixia justa, la asfixiafilia, práctica
erótica inglesa que consiste en ponerse una bolsa en la cabeza y alcanzar el
clímax erótico por la vía de restringir el oxígeno. Así, morado y sin aire, el
individuo prolonga su placer. Es una forma, pues, de justa asfixia, de virtud
en la asfixia y nuestra economía es un hombre en calcetines con la bolsa al
cuello, no sabemos si a punto de quedarse tiesa por el hilillo de voz de
Montoro o de renacer trempante, meridional e importadora.
El farmacéutico de mi calle, que es un señor muy
serio y circunspecto que perfectamente podría pasar por tecnócrata, atiende
siempre con unos guantes de látex. Esa imagen de profilaxis deja también un
halo onírico de estrangulamiento. Cuando le pido los clamoxiles se mete en su
trastienda de farmacopea y ocultismo y allí me lo imagino que se mete a
estrangular a alguien por fases, metódicamente, con esos guantes que son el
estrangulamiento blanco, mímico y cultural, pues es la forma perfecta de acabar
con el otro, apagándolo ante nuestros ojos, graduando la pérdida exacta de su vida,
la suma imagen del poder.
Así, el poder político, que no se sabe muy bien lo
que es, pero que tiene siempre su envés de violencia, se gestualiza y comunica
ahora con la imagen del estrangulamiento.
Pronto, nuestro Rajoy, estrangulador tranquilo y
provinciano y por ello doblemente siniestro, estará en condiciones de
estrangular a otro político. Será buena señal y lo celebraremos como se celebra
una conquista, una preponderancia o un instinto felizmente satisfecho.
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