REAL
MADRID 4, ATLETIC 1. MI VERDAD.
Mientras
escribo este textillo, Mourinho está pasando sesión de control con los chicos de
la prensa. Las preguntas versarán sobre su relación con el vestuario, los
capitanes y el público del Bernabéu, que habrá dejado escapar alguno de esos
silbidos rezongones que suelta. Me lo imagino respondiendo como un anciano
diputado inglés, con lumbre en los ojos y una ironía de Bernard Shaw.
El
Madrid recibía al Athletic sabiendo que el Málaga de Pellegrini había recibido
cuatro, pese a haber intentado tener la pelota más tiempo que el Barcelona, en contienda de corrección política y buenas maneras, y
además pesaba el postpartido de copa y la portada mañanera del Marca. El
público estaba tontorrón, pitañero, silbatriz y parecía que muchos traían
bolsita de agua caliente para los riñones.
¿Quién
iba a ser el pagano? Parecía que Kaká. Mourinho sacaba a sus dos mediapuntas, a
ver si iban cogiendo el tono, pero al equipo le costaba. Granero, que parece una muchacha griega y le hace a uno desear sacar el caramillo, mejoró, y dio
fluidez, pero tiene cierta parsimonia muy canterana y algo, una incapacidad
para la explosión, de chut o carrera, que hace a Xabi Alonso parecer intenso.
Xabi Alonso saca las faltas con cara de resolver una cuestión crucial.
El
Athletic salió muy bien, con las ideas de Bielsa muy en la cabeza. Bielsa
parece un novelista en chándal dramatizando a sus personajes. Sus chicos, los
nuevos leones, son una chiripa eugenésica de Lezama. Destaca Muniaín, que
en la segunda parte le hizo un túnel a Lass de los que embarazan en los dos
sentidos de la palabra.
Muy
bien plantado el Athletic, con el prestigio táctico de este entrenador
maniático y científico, y yo sonriendo, imaginando a Erkoreka satisfecho en el
palco:
-Mira,
Patxi, ¿lo ves? ¡El I+D! ¡El I+D!
La
defensa del Madrid era como un congresillo socialista y Ramos era la Chacón y
en una de ésas marcó Llorente, que se dirigió a la cámara con la mirada
alienígena que comparte con Navas.
Casillas
ponía caras, al estilo de lo que hacíamos de niño en el coche paterno cuando queríamos
evidenciar nuestra disconformidad con el destino familiar.
El
ataque del Madrid era una timidez y un mar en calma, solo roto por una ola
solitaria y lejana: cualquier desmarque personalísimo de Cristiano, el
empecinado.
La
capacidad de Cristiano de comprometer en cada lance su prestigio es algo
envidiable y asusta pensar que se haya negativizado en nuestra España de
los medios tiempos.
Lo
bueno de estos goles rivales es que lleguen pronto, porque a partir de ellos se
recompone un poco la unidad del madridismo, o como dirían en Marca, la Unidad
del Madridismo. Se agradece el sopapo y el equipo se pone a la tarea.
Lo
primero fue un slalom de Marcelo, que tiene el efecto ofensivo de un Cafú (que es Ozú en carioco). Lo
celebró con rabia y entre el público descubrí un nuevo tipo de aficionado: el
japonés: el español inequívoco que al marcar el Madrid no aplaude porque tiene
las dos manos ocupadas en sostener el aparato con el que graba el juego.
En
unos años, el Madrid tendrá que contratar a Jaime Borés para conseguir que la
grada vibre.
Tras
el gol, el Madrid se entonó y Cristiano tuvo premio a su tesón con dos penaltis
de ejecutor. En el equipo despertaba Kaká, que aparece en la media punta como
de la nada, como un desprendimiento del centro del campo. Surge de repente un
señor con balón caminando como una modelo de Victoria’s Secrets y resulta que es
Kaká.
Ozil
dejó detalles de crack. Sutilezas, recortes, vislumbres. Las cosas que no hemos
tenido durante la primera mitad de liga, sin las que el paso marcial de
Cristiano ha valido para alcanzar todos los liderazgos.
Al
final, entraron Callejón e Higuaín, los más queridos y marcó el primero y
señaló su escudo diciendo sí, sí, sí…
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