LA
FARLA
En
el presunto trinque de los ERE ha aparecido la droga, trayendo a la memoria las
farras en gayumbos de Roldán. El engaño solitario nos asusta, nos parece monstruoso
el estafador individualista, pero en pareja la cosa se hace pícara y la culpa
parece que se alivia. Así, los dos presuntos, como unos Bouvard y Pecuchet de
las drogadicciones, se iban diariamente de farras vespertinas, abrumados,
quizás, por tener que arreglar la cosa del trabajo en la región con más paro de Occidente. Hay un trinque estirado que se va a Las Caimanes, y un trinque
urgente que corre a compartirlo con el más cercano. A estas cosas, ya se sabe,
se acaba invitando siempre. La farlopa es como el teatro, todo diálogo. En este
episodio cocainómano parece que se nos vienen encima los ochenta, pero es que
la farlopa ha sido nuestro capitalismo especulativo de noche y con la burbuja
financiera había una burbuja de palabras, de polvos, de deseos y un fervor sin
nostalgia. La gente se pregunta dónde está el dinero y es que parte del dinero
se esnifó, hacia el fondo oscuro del cerebro, en el légamo del sueño, en el
retablo encendido de su pólvora sorda. La peña organizaba sus happenings
duchampianos –fulgor en el lugar del excremento- y con las tarjetas con que se
aplazaba el pago se instaba el latigazo y el satori golfo, el éxtasis
insolvente de quien no podía procurarse otro. De alguna forma, el dinero exige elevaciones,
el oro es un deslumbramiento y la farla era la velocidad del dinero. Y si tuvo
fama de exclusiva alguna vez, de droga pija, lo cierto es que el señorito
chabolea y gitanea mucho en el confín de la ciudad para salirse luego de si mismo. La droga, así mirada, ha sido muy igualitarista y muy social. El
personal sacaba el DNI, como liberándose de la identidad, ritualizaba una
exhalación y se fundía en la velocidad hiriente de las cosas, en el espíritu vano
de su tiempo. En esa comprensión sin memoria.
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