martes, 1 de noviembre de 2011

CAMISAS BLANCAS (PONSIANA)


Del Rajoy que Jabois ha descrito como un punto de cardinal sobre el que sobrevienen las estaciones, cabe predicar la quietud, que es una virtud del alma y una virtud taurina. Quieto, como esas estatuas que parecen congeladas en el gesto para no ahuyentar a las palomas, llega a la campaña electoral con el pensamiento por articular. Si uno no hace por enterarse, Mariano no le llega. No tiene presencia ambiental. Hay que preocuparse por llegar a él y eso es un objetivo cumplido: difícilmente puede crispar a nadie. ningún votante izquierdista saldrá de su ataud de desengaño para votar en contra. 

El quietismo de Mariano ayudará a los articulistas, porque es como su prognatismo moral, pero es engañoso porque nos hace pensar que observa algo, que recogido madura una visión, que en su inacción hay una larga reflexión elevada, pero nada nos lo garantiza, pues podría estar esperando el poder como un mero recolector. El silencio siempre hace interesante a la gente.

Y no tiene importancia, pero en ese quietismo empieza a haber un abandono de una función institucional. El sistema tiene reglas y funciones casi biológicas. La sed de poder, maniática, mueve el mundo político y si el púgil ha de golpear, el opositor debe oponerse y polemizar, y debe hacer ruido y explicarse y darse a conocer y eso, que no viene escrito en ningún sitio, forma parte del estado de cosas. Uno piensa que si fuera por Génova no habría campaña electoral.

Durante este tiempo de derrumbe socialista más que Rajoy me ha transmitido González Pons. Es heredero de la portavocía cáustica de M.A.R., pero sin su estilo bronco. Lo define Bustos como "rostro hierático y comisura amable" y magistralmente resume así la dualidad gestual de este político que tiene intensidad de sien y sabe mirar venenosamente, madurando la respuesta con una sonrisa. Blandura gestual, porte deportivo y californiano y frente de senador demócrata. Esperanza parece una gioconda cuando la entrevista Ana Pastor, sonríe y mira duramente, pero al sonreir se le pinza un mínimo nervio que le tensa el gesto. Ese pinsamiento es lo que la separa de Pons, ese pinzamiento es la crispación. La crispación es el derrote de la comisura. 

En Glez. Pons hay siempre un relajo de veraneante algodonoso en Javea. La portavocía es un ministerio, son arietes partidistas, pero también han acabado siendo los monologuistas chistosos de sus bases. Pons coge el micrófono como un entertainer yanqui y las jóvenes peperas le rien las gracias, un poco enamoriscadas, tan poco acostumbradas como están a la chispa. Pons es el balbuceo comunicativo de la derecha y su talento metafórico. Pons huye de la aridez expositivo común y se arriesga al juego de palabras y al ingenio, sin ser, claro, un Alfonso Guerra. Ha sido la elocuencia entre solemne y dicharachera, a veces risible, del proyecto quieto de Rajoy, el estilita.

En su reciente libro, Pons explica la razón de sus camisas blancas. Las lleva por consejo de su padre, médico, como signo de respeto y pulcritud hacia los demás. La camisa blanca de Pons ha sido lo más cerca que ha estado un político últimamente de proponer una reforma moral. La ética de la camisa blanca; fondo de armario, lejos de las oscuridades de camisa radical, con la canción de Ana Belén de fondo, que todo suma en el marketing político. En sus páginas, explica también su concepción abierta y mediterránea del liberalismo como una forma de duda. El liberalismo como una apertura. Hay algo centrado, aperturista y consensual en este tipo y quizá ése sea el gran éxito de Rajoy.

1 comentario:

  1. Vamos, que es más malo que una araña pero ya tiene su lugar en el mundo... a los ojos de otros.

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