LA CONFERENCIA DE PAZZZZZZ
Al escuchar que se preparaba una
Conferencia de Paz en el País Vasco para la cosa del fin dialogado del conflicto
quien más quien menos se ha acordado de lo de D’Ors, lo de que en Madrid la
conferencia la dabas o te la daban. Aquí, obviamente, nos la han dado. Esto ha
sido una conferencia latosa que a media tarde le ha caído al español peatonal.
Porque aunque había una pomposidad y una multilateralidad como de Conferencia
de Yalta y estaba en juego algo tan postbélico como la paz –lo postbélico por
definición-, esto ha sido un hablar desde la tarima profesoral. La conferencia
ha sido la del escritor que sin venir mucho a cuento le endilga la lectura de
sus versillos al incauto provinciano en el Centro Cultural de la Caja de
Ahorros. Toda Conferencia a media tarde es un abuso, una extorsión y un
sinsentido y cabe imaginarse a estos conferenciantes como a Trapiello, pensando
del conferenciado –el español-: valiente gilipollas y aún querrá que le firme
el libro…
Para empezar, por tanto, nos han
conferenciado y además lo han hecho de ese modo abstruso al que ya nos hemos
acostumbrado. Conferencia perifástrica, conferencia del tabú, como esos juegos
en los que hay que definir las cosas rondándolas sin pronunciar la palabra
prohibida ¡Pido la paz y el eufemismo! Diría el bardo, si no estuviese
amordazado. Era una conferencia para preparar la paz, pero sin Stalin y sin
Churchills, sino con unos señores raros, con una foto extraña en la que faltaban
Bono, Platini y una madre de mayo. Parecía un simposio de química con
profesores eméritos, salvo por los rostros populares, casi cinematográficos, de
Annan y Adams. Una Internacional del cintureo, una élite de la mediación, pero todos
ex. Kofi Annan suena a ONU, recuerda a legalidad internacional, pero como
hubiera tenido empaque mandelístico Morgan Freeman. Un viejo festival con
antiguas celebridades del apatriotismo, con señores raros de la
internacionalidad o del sinestatalismo, que son como señores sin padre, señores
sin hogar y sin seriedad, que hubieran nacido todos en aviones.
Si no fuera porque a esa
conferencia han asistido algunos partidos que no debieran haberlo hecho, el
acto sería perfectamente soslayable. A veces uno se sienta a comer en una
terraza y le llega un grupo de violinistas a tocar música zíngara que no pega
nada y entonces hay dos formas de actuar: ignorarles o no. Si uno hace ademán de
darse por enterado o reconoce el hecho violinístico desplegado a su alrededor,
ya debe por fuerza de soltar los euros. Es complicado, lo sé, le ponen a uno el
violín en la oreja, se retuerce el violinista, gimen los instrumentos, miran escandalizados
los transeúntes exigiendo el pago con la mirada, pero hay que resistir a la
extorsión con la imperturbabilidad. Estos señores que han conferenciado han
dicho unas cosas rarísimas, extrañas, rocambolescas, inasumibles, dedicadas a
España y Francia, nada menos, y hay que tomarlos como al loco que clama.
Respeto, silencio, quizás un carraspeo. No nos pueden indignar estos señores,
aunque quizás sí algunos de los ‘conferenciados’, los listos del pueblo que han
llamado a estas viejas reinonas rompepatrias para cargarse de funestas razones.
No sé, este gobierno parece el gobierno republicano dejando Barcelona.
Es reprochable que los políticos
constitucionalistas, los españolistas, no hayan desarrollado actitudes más
firmes ante el escolasticismo y la retórica plastificada del rupturismo, ante
ese trabalenguas del terror. Si cada debate en las cámaras representativas
hubiera acabado en un primer cortocircuito comunicativo, con políticos de uno y
otro bando agarrados a diccionarios buscando la exacta definición de la palabra
conflicto. Si cada debate parlamentario hubiese acabado en dos lenguajes
inenteligibles, absurdos, diferentes, en un deliberado galimatías. Si cada vez
que la palabra paz hubiera sido mal utilziada se hubiera llevado una paloma
herida al hemiciclo, esto no hubiera pasado.
En esa paz que quieren no podrán
echar palomas, tendrán que echar a volar, qué sé yo, estorninos y en la calle
no habrá una alegría, sino una guerra fría. Sí, en eso sí ha sido una pequeña
conferencia de yalta, con la legitimidad de una timba de póquer.
Yo, español entero, no me he dejado
conferenciar y me he ído al súper. Nunca estuve en guerra, pero sé lo que es el
estallido de la paz porque lo vi en el cine: es esa epifanía del cielo y el
aire claro que sorprende al Coronel Blimp en lo alto de un cerro solitario al
acabar la Primera Guerra Mundial. Sabía de esa claridad, sabía del coro de
ángeles, y no esperaba escucharlo esta tarde.
Muy bueno, Jugues.
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